jueves, 1 de julio de 2010

UNA HORA DE TRISTEZA RUSA

"Once...". Cía Derevo. Creación y dirección: Anton Adassinski. Intérpretes: Elena Iarovaia. Tatiana Khabarova. Adam Janeczko. Oleg JouKovski. Decorados: Maxim Issaev. Iluminación: V. Gololobov. Música y sonido: A. Sizintsev. Sala Triángulo. Festival "La Alternativa". Con la colaboración del Instituto Alemán de Madrid.

El enigma de la tristeza del alma rusa, es uno de los más bellos y fascinantes misterios con los que puede uno enfrentarse. José Bergamín citaba a Nietszche, para hacer suya aquella frase que reza: "Daría siglos de alegría europea, por una hora de tristeza rusa." En el espectáculo "Once..." la compañía Derevo (árbol), de artistas rusos afincados en Dresde (Alemania), llega a construir y transmitir con su espectáculo, esa magia melancólica y bellísima del alma rusa.
El teatro es uno de los recursos vitales más eficaces para que un colectivo conserve las señas de identidad de su cultura en el exilio. Este excelente conjunto de intérpretes demuestra la multiplicidad de su formación -propia de los antaño "Países del Este"-, en el teatro del movimiento, en el de muñecos, en el de los clowns, en el de objetos, en el del circo, logrando una narrativa visual emotiva y sorprendente.
La propuesta plástica de esta ejemplar compañía ruso-alemana, bebe y homenajea a las vanguardias históricas: al surrealismo, al cubismo, al arte metafísico... pero, sin la más mínima pedantería. Su personal puesta en escena, explora una síntesis poética, erótica, y onírica, que pasa por ciertos dibujos de marineros alegres de Cocteau, o del mismo Lorca. Es un trabajo con sabor añejo, como a vieja botella de aguardiente.
El gran cuento que se narra en "Once..." (premiado en el Festival Fringe de Edimburgo,) se representa sin palabras. El trabajo físico de estos actores es de una precisión poco frecuente en estos pagos. Además de los deliciosos coros de angelitos taberneros, que transitan por la obra, junto con damiselas portuarias; tanguistas con castillo propio; policías de Charlot; chulos de arrabal, y payasos con nariz de pimiento, hay lugar para emitir sentencias, mostrando al niño Cupido apaleado por el tiempo, con las flechas del amor rotas, lloriqueando desconsolado, mientras la maquinaria del dinero avanza implacable repartiendo odio y destrucción.
El único reparo que puede ponérsele a este trabajo, es el exceso de protagonismo del personaje del clown -que interpreta el director de la compañía-; sus "solos" en escena, y todo el epílogo final que se auto consagra, no son lo mejor de la obra, sino más bien su único lastre.

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