sábado, 26 de junio de 2010

ESO TIENE TRUCO


"La caída”. De Albert Camus. Adaptación: Rodolf Sirera. Dirección, espacio escénico e iluminación: Carles Alfaro. Reparto: Francesc Orellá. Música: Joan Cerveró. Madrid. Teatro de la Abadía. 20-3-2003

“La caída” es una novela de Albert Camus, escrita al final de su producción literaria, justo antes de que se le concediera el Premio Nóbel. Camus es un autor esencial de la literatura del S. XX, a la par que un excelente dramaturgo, que llegó a escribir dos obras maestras como “El malentendido” y “Calígula”. Sus personajes son sometidos a la presión de una situación dramática límite y espeluznante, que desencadena el drama en tragedia.
Sus novelas son plenamente atmósféricas. En ninguna literatura ha hecho más calor que en la suya (“El extranjero” o “La peste”); o se ha sentido la humedad calar con tanta fuerza en el lector como en “La caída”. No es Camus un autor de vanguardia furiosa, que ponga patas arriba el lenguaje o los mecanismos tradicionales de comunicación. Su poderosa personalidad nace del conflicto de un estado de ánimo que ha sustituido a la voluntad. El discurso de sus personajes navega por la nada, salpicando -muy de cuando en cuando- frases brillantes.
Carles Alfaro es un creador eminentemente plástico, que da a sus espectáculos una factura impecable, mórbida y misteriosa, de profunda naturaleza teatral. Joan Cerveró ha compuesto para “La caída” una banda sonora de un profundo poder de sugerencia, una melodía profunda que revuelve las tripas dejando una profunda sensación de belleza. Francesc Orellá es un brillante intérprete teatral. Entona las frases con gran riqueza de matices, sin perder un ápice de verdad. El uso de su cuerpo transmite con precisión los gestos, los tics, y los estados de ánimo del personaje.
Todo aparenta ser perfecto en esta producción teatral, como si se hubiera reunido una exquisita colección de “delikatessen” para lograr un espectáculo de apabullante interés artístico. En teatro, la calidad de los ingredientes no garantiza un almuerzo suculento, porque no se trata de una mesa de entremeses fríos, sino de algo que tiene que pasar por el fuego del drama, para convertirse en un guiso suculento. Alfaro es un maestro en la belleza plástica de la escena, hay algo sagrado y enigmático en las imágenes que construye; pero eso no basta para convertirse en teatro. Ni la novela de Camus es material dramático, por mucho que esté escrita en primera persona, ni Alfaro sabe de interpretación, porque obliga o transige con que un buen actor esté realizando lo mismo con la voz que con las manos, o con el gesto.
El abuso de estímulos en este espectáculo que debió soñarse pletórico, produce el más enconado aburrimiento del público. Dos horas de monologo semi-abstracto, relatado retrospectivamente, sin que el público tenga claves de la historia hasta los últimos diez minutos de obra, es demasiado esfuerzo para el espectador, por mucho espejismo onírico y sugestivo que se despliegue en escena sobre los canales de la ciudad de Amsterdan.

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