sábado, 26 de junio de 2010

LOS PICORES DE UNA CORTE


"Apuntes para un Hamlet”. Dramaturgia y dirección: Carlos Álvarez-Osorio. Reparto: Paco Fernández. Verónica Rodríguez. Miguel Ángel Karames. Carlos Álvarez-Ossorio. Madrid. Galileo Teatro.

El Teatro Galileo -que certeramente dirige Manuel Canseco- vuelve a organizar esta temporada el ciclo “Clásicos al Galileo”, enriqueciendo la exhibición del rico repertorio del teatro clásico, no solamente hispano.
El tan poco representado Lope de Rueda (uno de los primeros padres del teatro en lengua española, y al que tanto admiraba Cervantes,) ha abierto el presente certamen con “El deleitoso”, un notable trabajo de adaptación y dirección de Guillermo Alonso del Real, representado por el Aula de Arte Dramático del Ayuntamiento de Madrid. El director ha sabido rescatar esa frescura de ingenio satírico que derrocha el autor y que sigue divirtiendo agudamente a todos los públicos.
La compañía sevillana Cámara Negra vuelve a presentar en este certamen una personal lectura escénica de una tragedia de Shakespeare. Si hace un año fue Otelo el que fue sometido a la batidora de su dramaturgia ceremoniosa, este año le ha tocado el turno a Hamlet. El espectáculo hurga en las partes más morbosas de la historia del príncipe de Dinamarca. La furiosa sexualidad que sufren compulsivamente la reina Gertrudis y el rey Claudio de este montaje, deviene antológica. La carne derramada y el aullido liberado campan a sus anchas por el negro espacio central. El público ha sido partido en dos por la escena, los espectadores se ven a si mismos como en un espejo habitado por otros, a pesar de los intérpretes.
El director Carlos Álvarez Osorio demuestra un conocimiento adecuado de los elementos escénicos que maneja. Su propuesta es personal y coherente. Bebe en las experiencias de los ritos grotovskianos, en un desenfrenado culto a la violencia y a la sexualidad; se inspira en el teatro expresionista de Tadeusz Kantor, dando vida a los objetos de la ceremonia, y destrozando los límites de la comunicación teatral; y cree en un actor físico y místico entregado a la representación con fiereza de militante. (Hay que creer mucho, para pasarse casi desnudos toda la representación, sino además tocándose los genitales en actitud obscena.)
Este espectáculo de carácter ritual celebrado en torno a la figura de Hamlet es entretenido de ver, nunca deja de sorprender visual, rítmica y emotivamente, pero deja muy poca huella. Más que una opción estética que apunta a un discurso deliberado, responde a una premisa como de atreverse a hacerlo. El público no es el beneficiado, parece que son los mismos creadores los que se alivian de haber salido airosos de su nuevo reto.
En años sucesivos Cámara negra podrá traer muchos espectáculos como éstos, hasta que se les agote el repertorio de Shakespeare. Esta interesante y comprometida compañía debería plantearse rumbos más profundos, complejos y misteriosos, economizando sus dosis de osadía virulenta. Sus reconocidos talentos y esfuerzos resultarían mucho más útiles para todos.

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