lunes, 21 de junio de 2010

LAS RAZONES DEL MAGNICIDA


“Julio César”. De William Shakespeare. Dirección y adaptación: Alex Rigola. Reparto: Nao Albet. Dani Casadellà. Joel Roldán Mireia Aixalà. Pere Arquillué. Ferrán Carvajal. Joan Palau. Matilda Espulga. Traducción: Salvador Oliva. Escenografía. B. Puigdefàbregas. Coreografía: Ferrán Carvajal. Vestuario: M. Rafa Serra. Madrid. Teatro de la Abadía. 19-XI- 2003.

“Julio César” es una obra de madurez de Shakespeare. El título no hace honor al desarrollo del problema esencial que plantea el autor en la pieza. En justa medida debería llamarse “Marco Bruto”, porque lo que al sutil dramaturgo de Stratford le interesa, no es la muerte de un ambicioso general romano a manos de sus rivales políticos, sino el combate de argumentos que se libran en el interior de su hijo adoptivo, Bruto, quien se suma a la conspiración, pensando que es lo mejor para Roma. Si César hubiera seguido vivo, se habría convertido en rey, y Bruto pensaba que el futuro de Roma y de la libertad pasaba por la vigente República.
Al menos, así es como quiere presentárnoslo Alex Rigola, director y adaptador de este nuevo montaje de “Julio César”. Rigola afronta el mundo de Shakespeare con saludable osadía escénica, sin perder de vista el debate moral y político que la obra encierra, ni traicionar absolutamente el lenguaje que el autor original maneja.
En una escenografía blanca marmórea, los tribunos romanos vestidos con trajes negros actuales, ejecutan las danzas del poder y de la muerte. En esta puesta en escena los recursos de danza contemporánea son ilustrativos de las atmósferas dramáticas que genera la peripecia. Julio César está interpretado por un joven bailarín, y la desesperación de Bruto y otros personajes se escenifica, estrellando a los intérpretes contra las paredes. Estos recursos corporales no sólo son válidos, sino que enriquecen la teatralidad desbordante de Shakespeare con nuevos estímulos sensoriales, que captan profundamente la atención del público.
El actor que interpreta a Bruto demuestra una gran personalidad y presencia escénica. Está lleno de talento dramático. (Es una pena que un teatro dirigido por un actor, no cuide que aparezcan los nombres de los roles que interpreta la fosa común de actores que se vuelca en el programa.) La actriz que representa a Porcia, la esposa de Bruto, manifiesta una poderosa sensibilidad a la hora de transmitir con la palabra los conflictos de su personaje. El bailarín cesariano despliega una poderosa presencia escénica que magnifica al personaje desde una clave física y ceremonial. El actor que da vida a Marco Antonio no explota suficientemente los brillantes monólogos que corresponden a su personaje. Tampoco el traidor Casio demuestra una prosodia adecuada. Finalmente, Octavio está interpretado por un niño, lo que resulta coherente y posible en este gran juego del teatro, que despliega Rigola sobre la escena, y que al público pareció divertirle e interesarle, como manifestó con sus repetidos aplausos finales.

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