sábado, 26 de junio de 2010

TRAGEDIA DE HONOR PERDIDO

"El alcalde de Zalamea”. De Pedro Calderón de la Barca. Dirección: Gustavo Pérez Puig/Mara Recatero. Reparto: José Sancho. Agustín González. Ramón Langa. Ana Mª Vidal. Abigail Tomey. Francisco Piquer. Versión: Enrique Llovet. Escenografía: Gil Parrondo. Figurines: Javier Artiñano. Madrid. Teatro Español. 30-1-2003

“El alcalde de Zalamea” y “La vida es sueño” son las dos obras maestras que Pedro Calderón de la Barca legó no sólo a la literatura dramática española, sino al gran repertorio del teatro universal. Pedro Crespo camina con paso firme por la historia teatral con nombre propio junto a Segismundo, Basilio, Hamlet, Ofelia y una selecta corte de elegidos.
“El alcalde de Zalamea” no es sólo un drama de honor rural, encierra en su interior una obra de grandiosa fuerza trágica. La honra de Pedro Crespo no es un asunto mundano o social, que pueda medirse con la escala de lo humano. Calderón entiende la honra como asunto divino, pues pertenece al alma, que es sólo patrimonio de Dios. Es curioso cómo esta obra, escrita por un teólogo de la Contrarreforma, lleve dentro de sí planteamientos cuasi protestantes. Pedro Crespo -un villano- liquida sus cuentas espirituales directamente con Dios, sin necesidad de más ministros ni intermediarios. Todo el devenir de la obra apunta a la demostración de un propósito: exigir justicia para cualquier escalafón de la sociedad, sembrando uno de los pilares de la dignidad del individuo moderno.
La llegada de unas tropas militares a un tranquilo pueblo, trastorna la vida de los aldeanos. Del encuentro entre la sencilla y digna naturalidad de los aldeanos, con la rijosidad, el vicio y el capricho de la furiosa soldadesca -representada por el Capitán- se produce la fricción trágica. Calderón acierta en su mirada compleja y paradójica de la realidad al contraponer a esta visión del mundo castrense la presencia sabia, serena y respetuosa de Don Alonso; la obra no es antimilitarista, como tampoco es antirreformista; Calderón alcanza en esta pieza a verter la doble cara de la realidad; el haz y el envés de la compleja existencia del hombre en sociedad.
Gustavo Pérez Puig y Mara Recatero han realizado una puesta en escena pulcra y respetuosa con la obra de Calderón, revisada y limpiada por Enrique Jovet. Prima en el montaje la limpieza de la prosodia y la recreación del ambiente realista, para ceder todo el protagonismo a los intérpretes.
José Sancho tiene cualidades naturales para interpretar a Pedro Crespo, buena voz, hondura, y una especie de instinto terrenal que cuadra bien con la naturaleza del personaje. Le falte gravedad e interiorización para reflejar la intensidad de la tragedia que vive este villano con tan alto sentido de su honra. Agustín González da vida a Don Lope de Figueroa con una interpretación intensa y vigorosa, tan cascarrabias como repleto de sabia humanidad. Ramón Langa interpreta al capitán arrogante y pendenciero. Desata una potente fuerza dramática en los pasajes de fascinación por la bella villana, cercanos a la obsesión amorosa.
Ana María Vidal interpreta a La Chispa, personaje insertado entre la tropa con recursos de viva picaresca. La bella Abigail Tomey da credibilidad física y emocional a su personaje de Isabel, desencadenante a su pesar de la tragedia. Alberto Delgado interpreta a Juan, el hijo del alcalde, con vigor y nobleza. Y Francisco Piquer encarna con dignidad y nobleza al Rey Felipe II.
El público aplaudió largamente a los intérpretes al final de la representación.

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