viernes, 16 de julio de 2010

APROXIMACIÓN AL TEATRO GUARRO


"Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba”. De y dirigido por Rodrigo García. La Carnicería Teatro. Madrid. Sala Cuarta Pared. 18-5-2002.

El genio teatral del artista polaco Tadeusz Kantor hizo mucho daño a la nueva escena europea que habría de seguir ciegamente sus huellas. Numerosos creadores teatrales embrionarios del momento, encontraron en su dramaturgia del objeto, en su teatro de la muerte, en sus ceremonias de la gran memoria europea, un camino directo para expresarse con lo mínimo, de la manera más esquemática. Como si un estudiante de Bellas Artes se declara pintor cubista antes de aprender las técnicas del dibujo artístico. Sustituir con el monigote la soberbia línea de la naturaleza. Lo sintético en Kantor era esencia de todo un proceso vital y artístico como pintor, escultor y director de escena; en sus memorables montajes, cada mínimo gesto, silencio, o viejo objeto mostrado en escena, era la punta de un iceberg de toda una experiencia humana; de ahí su rotundidad. Confundir la serenidad del estuario final con el comienzo de la travesía, es una ingenuidad corriente en esos artistas que muestran demasiada prisa por llegar.
Rodrigo García comenzó su continuada trayectoria artística hace casi veinte años. Ha demostrado una tenacidad y una voluntad de vanguardia, que le ha puesto en la frontera de otros géneros artísticos como la danza, el cine, o las artes plásticas. Su intuición siempre ha sido certera, pero no así el resultado teatral de sus propuestas, excesivamente ensimismadas, sin preocuparse demasiado por los intereses, o la misma existencia del público.
Curiosamente, esta nueva entrega de García, comienza a demostrar un cierto equilibrio entre lo que son las bravas intenciones de su autor, y los resultados obtenidos. Está comenzando a concentrar dramáticamente los hasta ahora dispersos rasgos de su aparente estilo. El espectáculo entretiene visualmente, y fluye con una calculada agilidad o demora, como si del movimiento de un concierto se tratara. Esta sepulcral pala de Ikea quiere enterrar -¿o desenterrar?- todo lo más fétido de nuestro mundo, ponerlo a la vista, a través de la repugnancia que pueden provocar en el auditorio las escatológicas interpretaciones de los actores; sin renunciar a que una cantante de ópera –vestida con chándal- venga a cantarnos “a capella” hermosas e intensas arias de ópera.
Dramáticamente, este espectáculo guarro sigue teniendo la rémora de ese ala ingenua y tópica, que el autor –nacido en Buenos Aires- le gusta blandir como pataleo provocador de escándalos, en contra de los tópicos dominantes, “metiéndose en un jardín” ideológico que descalifica la rotundidad de una propuesta personal y radical, y cada vez mejor elaborada escénicamente.

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