lunes, 5 de julio de 2010

ARTISTAS DEL HAMBRE


"Comida". De Matin van Veldhuizer. Dramaturgia y traducción: Ronald Brouwer. Dirección: Natalia Menéndez. Reparto: Trinidad Iglesias. Lucina Gil. Yael Barnatán. Escenografía: Manolo González. Iluminación: M.A.Camacho. Madrid. Festival de Otoño. Círculo de Bellas Artes. Fecha de estreno: 10-11-99.

La necesidad de comer mueve el mundo y la historia. Es la cualidad imprescindible para que los seres vivos puedan vencer, día a día, a la muerte. La importancia del alimento lo convierte fácilmente en símbolo de la esencialidad. De esta forma ha caído en el escenario de un teatro, por arte y palabra de la autora holandesa Matin van Veldhuizer, para enredar en torno a él la madeja de un conflicto complejo y metafórico de la frustración en nuestros días.
La autora teje su obra con la superposición de contrastes y recuerdos de tres hermanas que se reúnen a cenar, el día del octavo aniversario de la muerte de su madre. Este encuentro que se repite ritualmente todos los años, sirve para enfrentarlas más que para reunirlas. La obra es inteligente, sensible, y sabe trazar un rumbo hacia el realismo estilizado -sin renunciar al humor- que raya, a veces, la situación poética. Es un texto rico y con empaque, que se pronuncia contra muchas cosas; la que sale peor parada de todas, es la condición masculina.
Ellas no sólo desgranan (ayudadas por el vino) las carencias de sus vidas mutiladas, sino que juzgan a los hombres a través de la condena del padre. Se dice de él: "... Es peor que una bestia, es un hombre". Esta visión esquemática de "la mitad de la humanidad" no derrumba la solidez de la propuesta. Las tres hermanas son muy diferentes, y ninguna es feliz, ni puede decirse que buena. ¿Por qué pensar que los hombres tienen que ser todos tan simples y semejantes?
El montaje que ha dirigido Natalia Menéndez es demasiado endeble para la carga que lleva. El espectáculo hace aguas frente a la envergadura del texto. Se evidencia la falta de madurez artística del equipo femenino, para estar a la altura del calibre vivencial de la autora bolandesa. Trinidad Iglesias vuelve a demostrar la actriz tan grande que lleva dentro; necesita oportunidades más importantes; su talento es esencial para nuestro teatro. (¿O habrá que esperar a que la "descubra" Almodóvar; o, triunfe en Francia?)
La escenografía es tremendamente agresiva por su afán de simbolizar la red metálica que atrapa a las protagonistas en su jaula femenina, sin pajarito que las alegre. Para ser una obra en la que no se come nada, y no se para de beber vino, falta todo un crescendo sensorial y emocional que haga palpitar el curso de la acción, y pueda llegar a interesar, entretener y emocionar al público; el texto abriga semillas para lograrlo.

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