"Cabaret Caracol", de Emilio Goyanes, David Esteban y Gracia Morales. Compañía Laví e Bel. Madrid. Sala Cuarta Pared. Fecha de estreno: 7-7-2000
La memoria colectiva es la base de la comunicación teatral; sin comunicación no hay teatro; sin lenguaje no hay comunicación. Y hay que entender que el lenguaje es la combinación de unos códigos pautados, que no tienen por qué ser exclusivamente verbales. En el teatro del polaco Tadeusz Kantor, sus recuerdos infantiles, triturados por la escuela, por la horda castrense, y por los latigazos musicales de la religión católica, despertaban la memoria de todos los espectadores del mundo que vieron sus obras. Llamaba Kantor a su teatro, Teatro de la Muerte; y en realidad, era puro teatro de la memoria. Entender el teatro como
un puente entre la muerte y la vida, (aunque sólo sea escénica); o, como un puente entre la memoria y el olvido, es una de las tareas más nobles que pueden ejercerse desde un escenario.
La compañía granadina Laví e Bel, con su espectáculo "Cabaret Caracol", tiende ese puente con el auténtico Cabaret Caracol que existió en Madrid, por Cuatro Caminos, durante la II República; y que siguió en activo durante la guerra civil; que fue requisado por la CNT; que fue alcanzado por los bombardeos nocturnos, con un saldo de dos artistas muertos y tres espectadores; un cabaret con camareros brigadistas húngaros, bailarinas exóticas, y cantantes folkloricos con lunares y plumas.
La presencia de la música en vivo -con tres buenos musicos-, da una atmósfera de veracidad y de melancolía lúcida a la representación, que se impregna progresivamente de vida y aliento. La dirección de Emilio Goyanes es compleja, y se atreve con numeros difíciles, como el guiñol musical de Franco, Hitler y Mussolini, resueltos con brillantez y osadía. Aunque, a veces, el ritmo de la obra, renquea, termina navegando bien por los numerosos recursos escénicos que maneja: bailes, muy buenas voces en los cantables; buenas piernas; algunas sombras chinescas...; y, al alimón: el sexo, la alegría, la fraternidad, y una bacanal de muertos hedonistas, que viajan en el barco de la Utopía. Que se siga haciendo teatro y espectáculos durante y a pesar de los conflictos bélicos, ratifica su carácter de alimento cívico y moral del pueblo, desde el hedonismo. También por esto, resulta saludable este espectáculo: porque es bueno saberlo, y mejor recordarlo.
"Cabaret Caracol" es una producción muy digna en tanto a vestuario, ambientación, y sobre todo, por en el rigor físico, vocal y musical de sus esmerados intérpretes y músicos. Todo amante de la historia sentimental madrileña, depositada en uno de sus teatros menos conocidos: el cabaret popular y libertario; no debería perdérse este espectáculo. Está realizado con mucho amor por la memoria de aquel espíritu de resistencia cívica y urbana, frente al horror de cualquier guerra; de todas las guerras.
La memoria colectiva es la base de la comunicación teatral; sin comunicación no hay teatro; sin lenguaje no hay comunicación. Y hay que entender que el lenguaje es la combinación de unos códigos pautados, que no tienen por qué ser exclusivamente verbales. En el teatro del polaco Tadeusz Kantor, sus recuerdos infantiles, triturados por la escuela, por la horda castrense, y por los latigazos musicales de la religión católica, despertaban la memoria de todos los espectadores del mundo que vieron sus obras. Llamaba Kantor a su teatro, Teatro de la Muerte; y en realidad, era puro teatro de la memoria. Entender el teatro como
un puente entre la muerte y la vida, (aunque sólo sea escénica); o, como un puente entre la memoria y el olvido, es una de las tareas más nobles que pueden ejercerse desde un escenario.
La compañía granadina Laví e Bel, con su espectáculo "Cabaret Caracol", tiende ese puente con el auténtico Cabaret Caracol que existió en Madrid, por Cuatro Caminos, durante la II República; y que siguió en activo durante la guerra civil; que fue requisado por la CNT; que fue alcanzado por los bombardeos nocturnos, con un saldo de dos artistas muertos y tres espectadores; un cabaret con camareros brigadistas húngaros, bailarinas exóticas, y cantantes folkloricos con lunares y plumas.
La presencia de la música en vivo -con tres buenos musicos-, da una atmósfera de veracidad y de melancolía lúcida a la representación, que se impregna progresivamente de vida y aliento. La dirección de Emilio Goyanes es compleja, y se atreve con numeros difíciles, como el guiñol musical de Franco, Hitler y Mussolini, resueltos con brillantez y osadía. Aunque, a veces, el ritmo de la obra, renquea, termina navegando bien por los numerosos recursos escénicos que maneja: bailes, muy buenas voces en los cantables; buenas piernas; algunas sombras chinescas...; y, al alimón: el sexo, la alegría, la fraternidad, y una bacanal de muertos hedonistas, que viajan en el barco de la Utopía. Que se siga haciendo teatro y espectáculos durante y a pesar de los conflictos bélicos, ratifica su carácter de alimento cívico y moral del pueblo, desde el hedonismo. También por esto, resulta saludable este espectáculo: porque es bueno saberlo, y mejor recordarlo.
"Cabaret Caracol" es una producción muy digna en tanto a vestuario, ambientación, y sobre todo, por en el rigor físico, vocal y musical de sus esmerados intérpretes y músicos. Todo amante de la historia sentimental madrileña, depositada en uno de sus teatros menos conocidos: el cabaret popular y libertario; no debería perdérse este espectáculo. Está realizado con mucho amor por la memoria de aquel espíritu de resistencia cívica y urbana, frente al horror de cualquier guerra; de todas las guerras.
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