"Buñuel, Lorca y Dalí", de Alfonso Plou. Dirección: Carlos Martín. Producción: Jose Tricas. Reparto: Santiago Meléndez. Balbino Lacosta. Francisco Fraguas. Pilar Gascón. Ricardo Joven. Gabriel Latorre. Amor Pérez Bea. Diseño escenográfico: T. Ruata. Audiovisual: P. Ballesteros. Vestuario: Jorge Pérez. Madrid. Teatro Bellas Artes. 31-5-2000
La poco usual relación de amistad entre los grandes creadores de la Historia, tiene arrogantes y misteriosas islas de belleza en casos como el de los alemanes Goethe y Schiller; o el de los irlandeses Yeats y Synge; curiosamente vinculados y estimulados reciprocamente por la poesía y el teatro, como pretexto para los afectos humanos. La tormentosa y apasionante relación de Lorca y Dalí, catalizada y arbitrada por Luis Buñuel, es otro de esos extraños nidos o madrigueras de la más nutritiva y destructiva amistad entre creadores de primera magnitud, pero ante todo, (al menos durante un tiempo,) grandes amigos.
El dramaturgo Alfonso Plou se acerca con sensibilidad, documentación e inteligencia a este trío de ases del arte español del S. XX, para darnos su visión y su reconstrucción dramática de los hechos, engarzando el discurso artístico de los tres maestros, con una reflexión sobre la amistad (en su sentido más castamente amoroso); la muerte y la lucha contra el tiempo. Unos ingredientes estupendos para formar un ajuar de escenas donde bordarles olas, toros, y Martinis Secos, a los tres amigos, que se reúnen -después de muertos- por las artes y maleficios de un teatro.
El director Carlos Martín demuestra habilidad y sensibilidad para enhebrar el espectáculo, valiéndose tanto de la carne de sus actores, como de unos trastos escultóricos; o de las imágenes de una pantalla videográfica, que propicia juegos visuales entroncados con las experiencias plasticas de las vanguardias, en las que profesaban fe común, este trío enconado y amistoso de surrealistas ibéricos.
Hay algo emocionante en hacer revivir a estos singulares personajes en los cuerpos vivos de los actores de teatro. María Teresa León, Ana María Dalí, Gala, Silvia Pinal, La Deneuve, Pepín Bello y hasta Franco y Jordi Pujol les acompañan. Los actores y la actriz resultan sensible y creíbles.
Quizás le sobre a este espectáculo de brillantes y sugerentes imágenes plásticas, el afán de contar demasiadas cosas, hasta peligrar en el batiburrillo de estilos. El tono dominante resulta más evocador, poético y biográfico que humorístico, o satírico. Tal vez las alusiones a Lewis Carroll, en esta trama, sean completamente innecesarias; como si a un traje de hombre, se le colgaran adornos de árbol de navidad. Un poco más de austeridad y de síntesis, mejoraría el resultado final de este ambicioso y notable espectáculo, hecho con rigor y cariño; algo que agradecerá el público.
La poco usual relación de amistad entre los grandes creadores de la Historia, tiene arrogantes y misteriosas islas de belleza en casos como el de los alemanes Goethe y Schiller; o el de los irlandeses Yeats y Synge; curiosamente vinculados y estimulados reciprocamente por la poesía y el teatro, como pretexto para los afectos humanos. La tormentosa y apasionante relación de Lorca y Dalí, catalizada y arbitrada por Luis Buñuel, es otro de esos extraños nidos o madrigueras de la más nutritiva y destructiva amistad entre creadores de primera magnitud, pero ante todo, (al menos durante un tiempo,) grandes amigos.
El dramaturgo Alfonso Plou se acerca con sensibilidad, documentación e inteligencia a este trío de ases del arte español del S. XX, para darnos su visión y su reconstrucción dramática de los hechos, engarzando el discurso artístico de los tres maestros, con una reflexión sobre la amistad (en su sentido más castamente amoroso); la muerte y la lucha contra el tiempo. Unos ingredientes estupendos para formar un ajuar de escenas donde bordarles olas, toros, y Martinis Secos, a los tres amigos, que se reúnen -después de muertos- por las artes y maleficios de un teatro.
El director Carlos Martín demuestra habilidad y sensibilidad para enhebrar el espectáculo, valiéndose tanto de la carne de sus actores, como de unos trastos escultóricos; o de las imágenes de una pantalla videográfica, que propicia juegos visuales entroncados con las experiencias plasticas de las vanguardias, en las que profesaban fe común, este trío enconado y amistoso de surrealistas ibéricos.
Hay algo emocionante en hacer revivir a estos singulares personajes en los cuerpos vivos de los actores de teatro. María Teresa León, Ana María Dalí, Gala, Silvia Pinal, La Deneuve, Pepín Bello y hasta Franco y Jordi Pujol les acompañan. Los actores y la actriz resultan sensible y creíbles.
Quizás le sobre a este espectáculo de brillantes y sugerentes imágenes plásticas, el afán de contar demasiadas cosas, hasta peligrar en el batiburrillo de estilos. El tono dominante resulta más evocador, poético y biográfico que humorístico, o satírico. Tal vez las alusiones a Lewis Carroll, en esta trama, sean completamente innecesarias; como si a un traje de hombre, se le colgaran adornos de árbol de navidad. Un poco más de austeridad y de síntesis, mejoraría el resultado final de este ambicioso y notable espectáculo, hecho con rigor y cariño; algo que agradecerá el público.
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