sábado, 17 de julio de 2010

CRISIS MODERNA DE ESPIRITUALIDAD


"El condenado por desconfiado". De Tirso de Molina. Versión: Amaya Curieses. Dirección: José Maya. Reparto: Pedro Miguel Martínez. José Maya. Amaya Curieses. Angel Solo. Marta Gutiérrez. Chiki Maya. Antonio Maya. Borja Sarmiento. José Carrasco. Jerónimo Maya. Antonio Maya. Escenografía y Vestuario: Pedro Moreno/Javier Roselló/Val Barreto. Iluminación: Marco D'Andrea. Madrid. Festival de Otoño. Teatro Pavón. 4-11-2001.

La reapertura de un teatro siempre es motivo de celebración para la profesión teatral. Así sucedió en el estreno de "El condenado por desconfiado" de Tirso de Molina, con el que Zampanó (compañía madrileña encargada de la dirección del nuevo coliseo dedicado a los clásicos) inauguró la nueva andadura del felizmente recuperado Teatro Pavón, en un barrio tan popular como el Rastro madrileño. Numerosísimos rostros conocidos de la farándula hicieron acto de presencia en esta noche que simbolizaba la reconquista de un histórico teatro de la Villa. El proyecto de Zampanó de ofertar a los clásicos de una forma más fresca, más viva y experimental, es muy loable; más aún cuando lleva adjunto un proyecto de escuela de teatro clásico.
Será muy bueno para nuestro teatro clásico que el Pavón se convierta en la casa de todos aquellos que entienden los clásicos como un punto de partida para desarrollar un teatro contemporáneo en armonía con sus raíces históricas y su memoria.
Tirso de Molina (1584-1648) es el seudónimo de Fray Gabriel Téllez, un clérigo madrileño de la alta jerarquía eclesiástica que practicaba la afición de escribir comedias y dramas teológicos. Aunque su admiración por Lope de Vega está latente en todas sus obras, algunos estudiosos afirman que es el autor español que más paralelismos guarda con Shakespeare. "El condenado por desconfiado" es la más conocida de sus obras de temática religiosa. El debate moral interior que se despierta en un religioso, (que ha sido advertido por un ángel para reunirse con un hombre que será santo,) al descubrir que el individuo anunciado es un pendenciero cargado de crímenes y pecados, le conduce a una crisis espiritual tan severa, que él mismo terminará condenándose por su desconfianza en los hilos del destino divino.
Zampanó pone en pie su espectáculo con las buenas artes que se le conocen a la hora de afrontar la puesta en escena de los clásicos: cuidado extremo de la dicción del verso, desnudez escénica para acentuar el valor de los actores, movimientos cuidados y significantes, y una serie de mecanismos escénicos que potencian el distanciamiento, y aproximan la obra a nuestros días.
Aunque su concepto de espectáculo resulta un tanto dudoso cuando se lee en el programa de mano: "Existe el problema de que esta obra no pueda satisfacer hoy al público, porque su tema central, la angustia teológica, no sea moderno". Partiendo de esta desconfianza, se entiende lo poco que defiende la médula de la obra, en beneficio de una serie de coreografías de sombras muy dinámicas, acompañadas por una música alegre y sugestiva. Zampanó utiliza el pretexto de la obra de Tirso para organizar un espectáculo de duelos, persecuciones, caídas al mar... donde lo que menos importa es la instructiva mudanza moral de los personajes. Si la teología no es el gran debate de la sociedad contemporánea, la fe, la esperanza, la coherencia, la honestidad, la ética son otras vertientes espirituales necesarias en todos los tiempos, en que las nuevas guerras mundiales se libran en nombre de las tres religiones monoteístas dominantes.

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