"Paseando a Miss Daisy". De Alfred Uhry. Dirección: Luis Olmos. Versión: Antxon Olarrea. Reparto: Amapro Rivelles. Mario Vedoya. Idelfonso Tamayo. Escenografía: Jon Berrondo. Vestuario: Mª Luisa Engel. Música: Yann Diez Doizy. Madrid. Teatro La Latina. 31-1-2002.
La vejez no es un tema habitual de nuestros escenarios. Es una lástima, porque la vejez es el efecto del tiempo sobre la humanidad. Una problemática mayoritaria y de gran actualidad, en una sociedad, donde la muerte se retrasa cada vez más. La pieza cuenta las relaciones de una vieja dama judía acaudalada, que tiene que acostumbrarse al chófer de raza negra que le ha impuesto su hijo, tras el último accidente que tuvo la vetusta conductora. Este rechazo inicial de una buena dama del Sur de E.E.U.U. ante la intromisión de un hombre de color en su intimidad, se convierte en el motor sobre el que avanza la representación. El personaje del chófer terminará ganándose el afecto de su patrona anciana, hasta llegar a alcanzar la verdadera amistad.
Este argumento lleno de dramaticidad, por la evolución que desarrollan los personajes, sirve para dar pie a una reflexión añadida sobre el trasfondo social del racismo en el sur de Estados Unidos. La identificación del conflicto de persecución de los negros con el de los judios, es otra de las causas que debieron sustentar el éxito de la obra en América. En Madrid, puede más la historia personal de los personajes que su trasfondo social, visto en tantas películas de televisión.
Amparo Rivelles sigue entregada a la seducción de las tablas, y es todo un privilegio verla una vez más sobre las tablas, por las que se mueve con la naturalidad de quien se encuentra en su propio hogar. Llena de ternura a su cascarrabias personaje de Miss Daisy, e impregna de humor y encanto toda su actuación. El actor cubano Ildefonso Tamayo obtuvo en el estreno un gran éxito personal, por la humanidad y el calor de su intepretación, rica en matices de gesto y de voz, que arrancaron numerosos aplausos del público, no sólo en sus mutis, sino en cualquier "bocadillo" insertado en el diálogo con su eficaz gracejo personal. Mario Vedoya da vida al hijo de Miss Daisy con aplomo y precisión.
La dirección de Luis Olmos para un espectáculo que transita por tantos espacios escénicos, es ajustada, precisa e imaginativa. Para los viajes en coche se vale de un artificio de pantalla de retroproyección (como en los dibujos animados), que simulan el movimiento del coche con sugestivas cargas de plasticidad.
El romanticismo tierno de esta historia de la ancianidad, subrayada por una tierna y eficaz banda sonora, implica al público, que interrumpió la representación en numerosas ocasiones con sus aplausos en la noche de su estreno madrileño, antes de la gran ovación final a toda la compañía.
La vejez no es un tema habitual de nuestros escenarios. Es una lástima, porque la vejez es el efecto del tiempo sobre la humanidad. Una problemática mayoritaria y de gran actualidad, en una sociedad, donde la muerte se retrasa cada vez más. La pieza cuenta las relaciones de una vieja dama judía acaudalada, que tiene que acostumbrarse al chófer de raza negra que le ha impuesto su hijo, tras el último accidente que tuvo la vetusta conductora. Este rechazo inicial de una buena dama del Sur de E.E.U.U. ante la intromisión de un hombre de color en su intimidad, se convierte en el motor sobre el que avanza la representación. El personaje del chófer terminará ganándose el afecto de su patrona anciana, hasta llegar a alcanzar la verdadera amistad.
Este argumento lleno de dramaticidad, por la evolución que desarrollan los personajes, sirve para dar pie a una reflexión añadida sobre el trasfondo social del racismo en el sur de Estados Unidos. La identificación del conflicto de persecución de los negros con el de los judios, es otra de las causas que debieron sustentar el éxito de la obra en América. En Madrid, puede más la historia personal de los personajes que su trasfondo social, visto en tantas películas de televisión.
Amparo Rivelles sigue entregada a la seducción de las tablas, y es todo un privilegio verla una vez más sobre las tablas, por las que se mueve con la naturalidad de quien se encuentra en su propio hogar. Llena de ternura a su cascarrabias personaje de Miss Daisy, e impregna de humor y encanto toda su actuación. El actor cubano Ildefonso Tamayo obtuvo en el estreno un gran éxito personal, por la humanidad y el calor de su intepretación, rica en matices de gesto y de voz, que arrancaron numerosos aplausos del público, no sólo en sus mutis, sino en cualquier "bocadillo" insertado en el diálogo con su eficaz gracejo personal. Mario Vedoya da vida al hijo de Miss Daisy con aplomo y precisión.
La dirección de Luis Olmos para un espectáculo que transita por tantos espacios escénicos, es ajustada, precisa e imaginativa. Para los viajes en coche se vale de un artificio de pantalla de retroproyección (como en los dibujos animados), que simulan el movimiento del coche con sugestivas cargas de plasticidad.
El romanticismo tierno de esta historia de la ancianidad, subrayada por una tierna y eficaz banda sonora, implica al público, que interrumpió la representación en numerosas ocasiones con sus aplausos en la noche de su estreno madrileño, antes de la gran ovación final a toda la compañía.
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