viernes, 16 de julio de 2010

LA MIRADA DEL EXHIBICIONISTA


"120 pensamientos por minuto". Compañía Lucas Cranach. Texto, espacio escénico, iluminación y dirección: Carlos Marqueríe. Reparto: Gonzalo Cunill. Carlos Fernández. Guitarra, cámara y montaje: Javier Marqueríe. Madrid. Sala Cuarta Pared. 25-2-2002.


Carlos Marqueríe lleva muchos años intentando incorporar nuevos lenguajes al teatro, buscando dar un paso adelante en el mestizaje de nuevas géneros y tendencias. La compañía Lucas Cranach es la formación teatral con la que intenta reunir más campos de creatividad artística sobre un escenario teatral. Sin experimentación el teatro suele adocenarse. La vanguardia es necesaria, y es una lanza con la que las nuevas generaciones empujan a las anteriores, provocando el movimiento. En medio de todo este impulsivo e incendiario afán de triturar códigos, suele haber muchos naufragios artísticos, pues el arte teatral se manifiesta cuando conmueve al público, y no sólo a sus intérpretes.
Con “125 pensamientos por minuto” Marqueríe consigue interesar y petrificar al respetable en sus asientos. La conmoción que produce cierto tipo de imágenes escénicas –valientes y novedosas- en torno a una relación corporal intensa entre dos hombres prácticamente desnudos en escena, clava al auditorio en su butaca. El cocktail dramatúrgico y plástico que elabora Marqueríe, resulta generoso en esta ocasión. Proyecciones de vídeo, música en directo, danzas y saltos, dibujos y fotografías del autor proyectadas en una pantalla, y además una serie de textos sugerentes que dicen los dos actores al público, desde el escenario. El ritmo, la dosificación de recursos escénicos, y la sugestiva banda sonora hacen que “120 pensamientos por minuto” resulte un espectáculo interesante.
Lo menos logrado son los textos, se hacen largos y repetitivos, no deliberadamente, sino porque se consumen en sí mismos. El verbo dramático se diferencia del narrativo en que genera acción en quien lo pronuncia o recibe; la digresión y la reflexión en escena conducen a un estatismo que deja ciego al público. Cuando los actores Gonzalo Cunill y Carlos Fernández comienzan el recitado, se puede cerrar los ojos, porque no sucede nada sobre las tablas. Estos largos parones verbales frenan el crecimiento rítmico de la representación, e impiden prever el clímax del desenlace.
En cuanto a las referencias al “Titus Andrónicus” de Shakespeare, se hacen verbalmente una hora después de comenzada la representación, y resultan innecesarias e insustanciales; la hipotética fuerza del espectáculo va por otros derroteros más gestuales y visuales.

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