"Misión al pueblo desierto" de Antonio Buero Vallejo. Dirección: Gustavo Pérez Puig y Mara Recatero. Diseño de proyecciones: Carlos Abad. Reparto: Arturo López Fito lópez. Ana María Vidal. Manuel Gallardo. Paula Sebastián. Juan Carlos Naya. Manuel Galiana... Madrid. Teatro Español. Fecha de estreno: 8-10-99.
Llegar a cumplir cincuenta años como autor dramático y celebrarlo en el mismo escenario que le dio la alternativa escénica, es el raro privilegio que anoche obtuvo Antonio Buero Vallejo (Madrid 1918-) en el coliseo municipal madrileño, con el estreno de su nueva obra "Misión al pueblo desierto".
Buero sufrió, como tantos otros españoles, el terrible impacto de la guerra civil. Su padre, un militar ilustrado murió durante la contienda, y él mismo casi a punto estuvo de perecer también con ella, pues fue encarcelado y condenado a la pena máxima tras el final de la guerra. Afortunadamente para él y para nuestro teatro la sentencia no llegó a cumplirse. En muchas de sus piezas dramáticas gravita la tensión que suscita la memoria de la guerra fratricida, la pérdida de vidas y de esperanzas para toda una juventud que crecía con ella.
En su última obra estrenada "Misión al pueblo desierto", Buero centra la historia de sus personajes en el contexto histórico de la contienda. Dos milicianos (hombre y mujer) tienen que realizar una misión de rescate de una importante obra de arte de El Greco que se encuentra en un pueblo que raya con el frente. Es necesario ponerla a salvo antes de que caiga en manos del enemigo. Si éste es el pretexto argumental que desarrolla el texto, Buero lo utiliza para volver a enfrentar a los hombres y a sus ideas, para realizar una relativización de las ideologías frente a ciertos problemas como el amor, la guerra o el arte.
Buero sabe que el teatro no puede sostenerse sólo con el enfrentamiento de las ideas, sino que es necesario que afloren los sentimientos para que los personajes alcancen esa carne y esa sangre esencial que pueda llegar a emocionar al público con su historia. Por otra parte, reúne en esta nueva pieza algunas de sus obsesiones más recurrentes, como es el caso de la pintura (Buero es un excelente dibujante) que es tratada aquí como un bien que está por encima de los bandos políticos y sólo pertenece al pueblo. La escena en que el miliciano (Juan Carlos Naya) y el equívoco pintor que custodia el cuadro en el pueblo (Manuel Galiana), contiene el debate más sustancioso de la obra: el arte permanece, los hombres terminan.
Pérez Puig y Mara Recatero han realizado una puesta en escena limpia y sobria para servir lo mejor posible al texto; y, a la par, han configurado una especie de escenario virtual en el que los actores y el mismo decorado aparecen y desaparecen por el uso de avanzadas técnicas ópticas o informáticas. Arturo López realiza un excelente trabajo de dicción como narrador actual del espectáculo, acompañado por una corifea de lujo como Ana María Vidal. El resto de los actores dan lo mejor de sí para levantar esta obra que es ante todo un homenaje a la persistencia en el teatro y a la coherencia consigo mismo, que ha demostrado en toda su carrera Antonio Buero Vallejo.
Llegar a cumplir cincuenta años como autor dramático y celebrarlo en el mismo escenario que le dio la alternativa escénica, es el raro privilegio que anoche obtuvo Antonio Buero Vallejo (Madrid 1918-) en el coliseo municipal madrileño, con el estreno de su nueva obra "Misión al pueblo desierto".
Buero sufrió, como tantos otros españoles, el terrible impacto de la guerra civil. Su padre, un militar ilustrado murió durante la contienda, y él mismo casi a punto estuvo de perecer también con ella, pues fue encarcelado y condenado a la pena máxima tras el final de la guerra. Afortunadamente para él y para nuestro teatro la sentencia no llegó a cumplirse. En muchas de sus piezas dramáticas gravita la tensión que suscita la memoria de la guerra fratricida, la pérdida de vidas y de esperanzas para toda una juventud que crecía con ella.
En su última obra estrenada "Misión al pueblo desierto", Buero centra la historia de sus personajes en el contexto histórico de la contienda. Dos milicianos (hombre y mujer) tienen que realizar una misión de rescate de una importante obra de arte de El Greco que se encuentra en un pueblo que raya con el frente. Es necesario ponerla a salvo antes de que caiga en manos del enemigo. Si éste es el pretexto argumental que desarrolla el texto, Buero lo utiliza para volver a enfrentar a los hombres y a sus ideas, para realizar una relativización de las ideologías frente a ciertos problemas como el amor, la guerra o el arte.
Buero sabe que el teatro no puede sostenerse sólo con el enfrentamiento de las ideas, sino que es necesario que afloren los sentimientos para que los personajes alcancen esa carne y esa sangre esencial que pueda llegar a emocionar al público con su historia. Por otra parte, reúne en esta nueva pieza algunas de sus obsesiones más recurrentes, como es el caso de la pintura (Buero es un excelente dibujante) que es tratada aquí como un bien que está por encima de los bandos políticos y sólo pertenece al pueblo. La escena en que el miliciano (Juan Carlos Naya) y el equívoco pintor que custodia el cuadro en el pueblo (Manuel Galiana), contiene el debate más sustancioso de la obra: el arte permanece, los hombres terminan.
Pérez Puig y Mara Recatero han realizado una puesta en escena limpia y sobria para servir lo mejor posible al texto; y, a la par, han configurado una especie de escenario virtual en el que los actores y el mismo decorado aparecen y desaparecen por el uso de avanzadas técnicas ópticas o informáticas. Arturo López realiza un excelente trabajo de dicción como narrador actual del espectáculo, acompañado por una corifea de lujo como Ana María Vidal. El resto de los actores dan lo mejor de sí para levantar esta obra que es ante todo un homenaje a la persistencia en el teatro y a la coherencia consigo mismo, que ha demostrado en toda su carrera Antonio Buero Vallejo.
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