"Las (otras) criadas”. De Jean Genet. Dirección: Gabriel Chamé Buendía. Reparto: Silvia Gatón. Rosa Sáez. Pepe India. Escenografía: Gabriel Carrascal y Esmeralda Díaz. Iluminación: José Luis Martínez. Madrid. Teatro Arlequín. 24-3-2002.
La obra dramática de Jean Genet se alimenta en el vigor del arrabal, de la periferia, del inframundo de los marginados, de los presos, de los desfavorecidos de la fortuna. Cualquier forma transgresora que se aplique a la representación de su obra, armoniza bien con su discurso revolucionario.
La compañía que representa “Las (otras) criadas” de Genet, así lo entiende. Aprovecha el tirón publicitario del “montaje oficial” y nos muestra otra forma de entender el teatro arrinconado de Genet, con una festiva representación, plagada de guiños al público, como en el cabaret, haciéndole cómplice de su disparatada representación de la tragedia burguesa que escribió Genet, en torno a un crimen macabro que hizo temblar a la sociedad francesa, porque atentaba contra su pilar esencial: la familia. El terrible virus que Genet siembra en la escena, es que el enemigo está en casa, en nuestros hogares, entre nuestros seres queridos; incluso, en el interior de nosotros mismos.
El farsesco cabaret esperpéntico que realizan los responsables y protagonistas de estas “otras criadas”, más que un gesto de irreverencia obscena hacia la obra de Genet, hacen un guiño insolente a la causticidad del teatro satírico. No quiere esto decir que la propuesta de estas nuevas criadas, resulte osada, violenta y devastadora, digamos que divierte al respetable, porque está a la moda, a pesar del intenso texto genetiano, con el que a partir de los veinte primeros -e insolentes- minutos, se lanzan a representar al pie de la letra. Estas “cutre-criadas” -interpretadas por Silvia Gatón y Rosa Sáez- son grotescas y deformes, como un esperpento extraído -no de Valle, sino- de las parodias cinematográficas. El hecho de que el personaje de La Señora esté interpretado por un hombre –Pepe India-, más que aumentar la carga simbólica del Poder que encierra ese personaje, sitúa la representación en las fronteras de un garito nocturno de ambiente, donde actúan transformistas, también conocidas como “drags queens”. Su mayor aportación al espectáculo es que cante una jota bajo una inmensa pamela rosa.
La escenografía trabaja en el límite del mal gusto, y subraya el acento caricaturesco del montaje, con un escenario estampado, floreado y colorista.
El abundante público que ocupaba la sala (en un bienvenido horario “golfo”, de madrugada) celebró las ocurrencias del elenco, y lo aplaudió generosamente al final de la representación.
La obra dramática de Jean Genet se alimenta en el vigor del arrabal, de la periferia, del inframundo de los marginados, de los presos, de los desfavorecidos de la fortuna. Cualquier forma transgresora que se aplique a la representación de su obra, armoniza bien con su discurso revolucionario.
La compañía que representa “Las (otras) criadas” de Genet, así lo entiende. Aprovecha el tirón publicitario del “montaje oficial” y nos muestra otra forma de entender el teatro arrinconado de Genet, con una festiva representación, plagada de guiños al público, como en el cabaret, haciéndole cómplice de su disparatada representación de la tragedia burguesa que escribió Genet, en torno a un crimen macabro que hizo temblar a la sociedad francesa, porque atentaba contra su pilar esencial: la familia. El terrible virus que Genet siembra en la escena, es que el enemigo está en casa, en nuestros hogares, entre nuestros seres queridos; incluso, en el interior de nosotros mismos.
El farsesco cabaret esperpéntico que realizan los responsables y protagonistas de estas “otras criadas”, más que un gesto de irreverencia obscena hacia la obra de Genet, hacen un guiño insolente a la causticidad del teatro satírico. No quiere esto decir que la propuesta de estas nuevas criadas, resulte osada, violenta y devastadora, digamos que divierte al respetable, porque está a la moda, a pesar del intenso texto genetiano, con el que a partir de los veinte primeros -e insolentes- minutos, se lanzan a representar al pie de la letra. Estas “cutre-criadas” -interpretadas por Silvia Gatón y Rosa Sáez- son grotescas y deformes, como un esperpento extraído -no de Valle, sino- de las parodias cinematográficas. El hecho de que el personaje de La Señora esté interpretado por un hombre –Pepe India-, más que aumentar la carga simbólica del Poder que encierra ese personaje, sitúa la representación en las fronteras de un garito nocturno de ambiente, donde actúan transformistas, también conocidas como “drags queens”. Su mayor aportación al espectáculo es que cante una jota bajo una inmensa pamela rosa.
La escenografía trabaja en el límite del mal gusto, y subraya el acento caricaturesco del montaje, con un escenario estampado, floreado y colorista.
El abundante público que ocupaba la sala (en un bienvenido horario “golfo”, de madrugada) celebró las ocurrencias del elenco, y lo aplaudió generosamente al final de la representación.
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