viernes, 16 de julio de 2010

UNA CAJITA DE RAPE PICANTE


“60 años no es nada. El musical.” Con textos, dirección general e interpretación de: Nacha Guevara. Escenografía: Alberto Negrín. Arreglos musicales: Gerardo Cardelín/Alejandro Terán. Coreografía: Gustavo Wons. Iluminación: Ariel del Mastro. Vestuario: Manuel González. Bailarines: Gustavo Wons. Gonzalo Rodríguez. Pianista: Víctor Alonso. Madrid. Teatro Calderón. 24-3-2002.

Nacha Guevara es una gran cantante-actriz, que desde hace décadas se muestra empeñada en convertirse en la gran diva de la escena en lengua española, a través de su música, de sus textos o interpretaciones. Condiciones nunca le han faltado. Y, como “Sesenta años no es nada”, Nacha desembarca de nuevo en Madrid con una gran artillería escénica para intentar adentrarse en lo más profundo del auditorio, con un espectáculo muy bien producido e iluminado, bien planificado y estructurado, donde la diva argentina introduce sus canciones y sus parlamentos, en una cajita de rape picante, con una bailarina blanca en el centro.
La mirada de Nacha Guevara sobre el mundo que la rodea es una mirada caústica (no es para menos, tal y como está el mundo, y Argentina en particular), que nace de su inteligencia de artista, pero que a veces puede quedar sofocada por las ínfulas de la Nacha intelectual. Los mejores momentos del rutilante espectáculo que presenta en Madrid, son los que coinciden con su viejo repertorio, esto es, con unas canciones, que además de las ideas de sus creadores, fueron capaces de impregnarse de la emoción necesaria como para poder ser cantadas en escena, y conmover al público. “Jesse”, “Send in the clowns” y “Te quiero”, permiten que de Nacha Guevara aflore no sólo la cantante, sino lo portentosa actriz (tanto de teatro, como de cine) que lleva dentro. El mejor momento de la representación es cuando Nacha canta, con una gola de Pierrot, sentada a los pies de un baúl forrado de espejos. En esta tesitura florece con todo su poderío Nacha Guevara.
Cuando, por el contrario, se interna en los terrenos satíricos y paródicos, en canciones como “(Chicas,) No se casen”, “Soy snob”, “La canción del odio”, o “¿Por qué tiene el show que seguir?”, la Nacha emotiva desaparece y asoma la gendarme. Vive con tanta intensidad la crítica o la mordacidad que la canción desprende, que el público parece culpable.
La puesta en escena es elegante y efectista, garantiza dosis de espectacularidad. Quizás, por tratarse de un espectáculo unipersonal, el público espere más entrega de Nacha Guevara, que sobre todo al comienzo de la función, parece un poco escéptica sobre la hipotética comunicación que pueda darse en la sala. Quizás la clave de que esto suceda, es que los mejores momentos del teatro (en cualquiera de sus géneros) se suelen dar a causa de la correspondencia, que es un ejercicio de confianza recíproca con billete de ida y vuelta.

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