"Qué pelo más guay. (La historia de dos hombres unidos por el crimen y separados por la moda.)”. Guión: Sexpeare. Dirección David Ottone y Sexpeare. Reparto: Santiago Molero. Rulo Pardo. Vestuario: Teresa Rodrigo. Atrezzo y escenografía: Sexpeare y Rafa Sánchez. Madrid. Teatro Alfil. 30-5-2002.
La estética desenfrenada de las series policíacas de televisión de los setenta se daban la mano con los personajes de los “comics” para inventar un nuevo género de “sketches” (o números breves con humor propio,) de ritmo trepidante y cercano al del público doméstico, habituado a los saltos de la publicidad a las persecuciones automovilísticas de policías y delincuentes.
De esta estética “shaft” se alimenta el irreverente y refrescante espectáculo “Qué pelo más guay”. Podría tratarse de un telefilme con fenómenos paranormales, que se desarrolla en el interior de una peluquería abandonada donde, dos chapuceros traficantes de cocaína se han dado cita con un misterioso comprador que, convertirá a estos dos “manguis” en millonarios para el resto de sus vidas.
Los dos cómicos oficiantes de esta enredada puesta en escena tienen la frescura de la pareja cómica, contraria y disparatada. Santiago Molero responde al prototipo latino de los bajos fondos norteamericanos, expresivo y fantasioso; y Rulo Pardo compone un personaje de afroamericano seco y arisco, de gran contrapunto humorístico.
La puesta en escena demuestra una gran agilidad e ingenio para construir un juguete gamberro y caprichoso que juega con la línea del argumento con recurrentes “flash-backs” e incursiones en las licencias del libertario mundo fantástico. El juego escénico es eficaz, entretenido y novedoso. El teatro como divertimento de los que lo hacen para contagiar al público.
Aunque el mayor acierto de la representación es una pareja accidental que se inmiscuye en la trama de forma natural, dentro de los mecanismos de distanciamiento con que se afronta este trabajo. Pues bien, esta intrusa pareja extravagante está formada un crítico teatral que hace sus comentarios casposos sobre el trabajo teatral de los jóvenes, pero termina apasionándose por la obra, mientras se la cuenta a su amigo, un camarero sin piernas -interpretado por Rulo Pardo- que se mueve en un minúsculo habitáculo liliputiense, donde prepara tortillas enanas. Esta pareja imprevista de comentaristas de la obra que estamos viendo se convierten en los más lúcidos y tiernos personajes del montaje que arrastran tras de sí todo el interés del público frente al argumento principal de la obra, que termina tan enredado que los cómicos se confesarán incapaces de terminar la obra. Imagínense quién será el encargado de poner orden final a este conflicto. El público juvenil que abarrotaba la sala –completamente identificado- aplaudió fieramente a los artistas.
La estética desenfrenada de las series policíacas de televisión de los setenta se daban la mano con los personajes de los “comics” para inventar un nuevo género de “sketches” (o números breves con humor propio,) de ritmo trepidante y cercano al del público doméstico, habituado a los saltos de la publicidad a las persecuciones automovilísticas de policías y delincuentes.
De esta estética “shaft” se alimenta el irreverente y refrescante espectáculo “Qué pelo más guay”. Podría tratarse de un telefilme con fenómenos paranormales, que se desarrolla en el interior de una peluquería abandonada donde, dos chapuceros traficantes de cocaína se han dado cita con un misterioso comprador que, convertirá a estos dos “manguis” en millonarios para el resto de sus vidas.
Los dos cómicos oficiantes de esta enredada puesta en escena tienen la frescura de la pareja cómica, contraria y disparatada. Santiago Molero responde al prototipo latino de los bajos fondos norteamericanos, expresivo y fantasioso; y Rulo Pardo compone un personaje de afroamericano seco y arisco, de gran contrapunto humorístico.
La puesta en escena demuestra una gran agilidad e ingenio para construir un juguete gamberro y caprichoso que juega con la línea del argumento con recurrentes “flash-backs” e incursiones en las licencias del libertario mundo fantástico. El juego escénico es eficaz, entretenido y novedoso. El teatro como divertimento de los que lo hacen para contagiar al público.
Aunque el mayor acierto de la representación es una pareja accidental que se inmiscuye en la trama de forma natural, dentro de los mecanismos de distanciamiento con que se afronta este trabajo. Pues bien, esta intrusa pareja extravagante está formada un crítico teatral que hace sus comentarios casposos sobre el trabajo teatral de los jóvenes, pero termina apasionándose por la obra, mientras se la cuenta a su amigo, un camarero sin piernas -interpretado por Rulo Pardo- que se mueve en un minúsculo habitáculo liliputiense, donde prepara tortillas enanas. Esta pareja imprevista de comentaristas de la obra que estamos viendo se convierten en los más lúcidos y tiernos personajes del montaje que arrastran tras de sí todo el interés del público frente al argumento principal de la obra, que termina tan enredado que los cómicos se confesarán incapaces de terminar la obra. Imagínense quién será el encargado de poner orden final a este conflicto. El público juvenil que abarrotaba la sala –completamente identificado- aplaudió fieramente a los artistas.
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