"Medea". De Eurípides. Versión: Ramón Irigoyen. Dirección: Michael Cacoyannis. Reparto: Nuria Espert. Miguel Palenzuela. Manuel Navarro. Ana Frau. Rafael Ramos de Castro. Juanjo Artero. Francisco Guijar. Vestuario: Yannis Metxikoff. Iluminación: Juan G. Cornejo. Madrid. Teatro Albéniz. 21-XI-2001.
Nuria Espert está por encima del bien y del mal del teatro español. En su personalidad artística se reúne una forma de entender el teatro desde la grandeza de la más alta ceremonia cívica y artística. Su interpretación siempre araña la privilegiada esfera interpretativa, donde la sacerdotisa supera a la actriz. Su presencia escénica es tan poderosa, por su consciencia de la labor sagrada que realiza ante el sobrecogido auditorio.
Si nos elevamos por encima de melifluas inquinas y prejuicios teatrales de salón, debemos reconocer que Lorca, Arrabal y Nuria Espert son los únicos tres nombres del teatro español del S. XX que se conocen unánimemente en todo el mundo. Nuria Espert es un lujo del público y un orgullo del teatro español. Tener la ocasión de verla en un escenario interpretando "Medea" de Eurípides es todo un acontecimiento que nadie debería perderse.
Nada es azaroso en este calculado éxito de la calidad artística. Espert -con su esposo Armando Moreno- siempre fue su propia empresaria. Lo que le ha permitido seleccionar a sus directores, escenógrafos, y sobre todo a sus autores, mimando al máximo la categoría artística de toda su carrera. Valle-Inclán, Lorca, Genet, Arrabal ... ; los directores Víctor García, Jorge Lavelli, Mario Gas... al servicio del manjar de su interpretación, polémica, y a veces hasta vituperada, pero siempre sublime.
La personalidad de la Espert tiene más que ver con Medea que con Doña Rosita la Soltera. La altura del personaje trágico de Eurípides es tan elevada, por ser verdugo de la tragedia, a la par que hembra y pionera de la causa feminista. La tragedia griega era -entre otras muchas cosas- una profundización en el dolor humano. Las situaciones paroxísticas que Eurípides vierte sobre el auditorio con el sangrante instrumento de su palabra, resultan mucho más intensas, cuando las provoca una simple mortal y hembra, suplantando a un dios macho. La poesía y el escepticismo racionalista de Eurípides condujo a la tragedia a su punto más humano y vulnerable, para permanecer viva, por encima de siglos y milenios.
Todos estos elementos generan un caldo de cultivo excelente para el talento teatral de la Espert, quien consigue transmitir con vida cada una de las palabras de Eurípides. Su dicción y su intencionalidad son portentosas, aunque debería entregarse más al desarrollo del grito y el lamento paroxístico de la tragedia. El tempo y la intensidad de sus gestos y movimientos les confieren grandeza trágica, carne trascendente, furor de diva solitaria.
El director Michael Cacoyannis sirve una tragedia sobria, ritual e intensa. Le faltan teatralidad a los coros: canto y danza. En la tragedia ateniense, el coro era el verdadero agitador de la catarsis que había sembrado en el público la violenta palabra del poeta. El reparto está muy bien elegido, ajustando edades de actores y personajes con un buen nivel interpretativo.
Hay un valor cívico añadido en esta representación, el que se estén denunciando -desde un escenario- los sufrimientos y humillaciones que sufren las mujeres, ejemplifica una de las tareas más urgentes del gran teatro: hablar y reflexionar en público, sobre el dolor humano. La palabra de la tragedia conjura, cauteriza, y alivia las peores heridas de la sociedad.
Nuria Espert está por encima del bien y del mal del teatro español. En su personalidad artística se reúne una forma de entender el teatro desde la grandeza de la más alta ceremonia cívica y artística. Su interpretación siempre araña la privilegiada esfera interpretativa, donde la sacerdotisa supera a la actriz. Su presencia escénica es tan poderosa, por su consciencia de la labor sagrada que realiza ante el sobrecogido auditorio.
Si nos elevamos por encima de melifluas inquinas y prejuicios teatrales de salón, debemos reconocer que Lorca, Arrabal y Nuria Espert son los únicos tres nombres del teatro español del S. XX que se conocen unánimemente en todo el mundo. Nuria Espert es un lujo del público y un orgullo del teatro español. Tener la ocasión de verla en un escenario interpretando "Medea" de Eurípides es todo un acontecimiento que nadie debería perderse.
Nada es azaroso en este calculado éxito de la calidad artística. Espert -con su esposo Armando Moreno- siempre fue su propia empresaria. Lo que le ha permitido seleccionar a sus directores, escenógrafos, y sobre todo a sus autores, mimando al máximo la categoría artística de toda su carrera. Valle-Inclán, Lorca, Genet, Arrabal ... ; los directores Víctor García, Jorge Lavelli, Mario Gas... al servicio del manjar de su interpretación, polémica, y a veces hasta vituperada, pero siempre sublime.
La personalidad de la Espert tiene más que ver con Medea que con Doña Rosita la Soltera. La altura del personaje trágico de Eurípides es tan elevada, por ser verdugo de la tragedia, a la par que hembra y pionera de la causa feminista. La tragedia griega era -entre otras muchas cosas- una profundización en el dolor humano. Las situaciones paroxísticas que Eurípides vierte sobre el auditorio con el sangrante instrumento de su palabra, resultan mucho más intensas, cuando las provoca una simple mortal y hembra, suplantando a un dios macho. La poesía y el escepticismo racionalista de Eurípides condujo a la tragedia a su punto más humano y vulnerable, para permanecer viva, por encima de siglos y milenios.
Todos estos elementos generan un caldo de cultivo excelente para el talento teatral de la Espert, quien consigue transmitir con vida cada una de las palabras de Eurípides. Su dicción y su intencionalidad son portentosas, aunque debería entregarse más al desarrollo del grito y el lamento paroxístico de la tragedia. El tempo y la intensidad de sus gestos y movimientos les confieren grandeza trágica, carne trascendente, furor de diva solitaria.
El director Michael Cacoyannis sirve una tragedia sobria, ritual e intensa. Le faltan teatralidad a los coros: canto y danza. En la tragedia ateniense, el coro era el verdadero agitador de la catarsis que había sembrado en el público la violenta palabra del poeta. El reparto está muy bien elegido, ajustando edades de actores y personajes con un buen nivel interpretativo.
Hay un valor cívico añadido en esta representación, el que se estén denunciando -desde un escenario- los sufrimientos y humillaciones que sufren las mujeres, ejemplifica una de las tareas más urgentes del gran teatro: hablar y reflexionar en público, sobre el dolor humano. La palabra de la tragedia conjura, cauteriza, y alivia las peores heridas de la sociedad.
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