"La naranja mecánica". De Anthony Burgess. Dirección y traducción: Eduardo Fuentes. Cia. William Layton. Producción ejecutiva: Jose Carlos Plaza. Vestuario: Pedro Moreno. Iluminación: Francisco Leal. Espacio Sonoro: Mariano Díaz. Reparto: Pilar Bayona. Miguel Foronda. Luis Rallo. Israel Frías. Alberto Berzal. Pepe González. Carlos M. Abarca. Elisa M. Sierra. Javier Ruiz. J. L. Santar. Madrid. Teatro Nuevo Apolo. 18-4-2000
La violencia es el motor de la Historia. Desde que Caín mató a su hermano, los seres humanos han estado luchando entre sí, por intentar ser más poderosos, o por salvaguardar algunos ramalazos esenciales del bien y la bondad. La violencia, como el aire, se ha respirado desatada o soterrada en todos los momentos de la Historia. No es que hoy nos parezca el mundo más violento que nunca, es que, con tanto aparente progreso, la violencia debería ser más inadmisible que entonces; pero, lamentablemente sigue siendo el centro motor de nuestro mundo. Anthony Burgess escribió su obra más popular, "La naranja mecánica", a partir de una terrible experiencia personal con una pandilla urbana de violentos que violó a su esposa en Gibraltar. El terrible impacto de esta experiencia, sirvió al autor, para conjurar su trauma con una novela visionaría y ejemplar. Burgess podía haber intentado defenestrar la violencia convertida en consigna vital de grupos juveniles desorientados y malignos. Pero, tuvo los "arrestos", y la lucidez literaria de preguntarse por los auténticos responsables de esa violencia de pandilleros. Su dictamen fue tan implacable que, desde entonces, la novela ha estado prohibida en Inglaterra.
Que "La naranja mecánica" suba a un escenario, es una noticia que congratula al teatro. Una obra tan comprometida como ésta, con una reflexión social y moral tan implacable sobre el violento "Estado", la violenta "Justicia", los "violentos" Gobiernos, y sus "violentos" Funcionarios e Ideólogos, es puro Teatro Social.
Fuentes -como traductor- se ha encargado de "inventar" un "slang" español, (afortunadamente alejado del "añejo y obvio castizismo de Lavapiés), que si bien, en principio, apenas se entiende, tiene la musicalidad suficiente de terminos y entonaciones, como para que al rato de haber comenzado la representación, el público haya adaptado su oído a esta jerga teatresca, y lo comprenda todo.
El montaje de "La naranja mecánica", que puede verse en el teatro Nuevo Apolo, es un brillante trabajo escolar, sumergido en una bruma nocturna, oscura y canalla, en la que destaca la energía y la convicción global de la representación. Fuentes ha conseguido insuflar a sus jóvenes actores (muy bien apoyados por las artes interpretativas de Pilar Bayona y Miguel Foronda, que colaboran en el montaje), un brío y una energía escénica, que mantiene a flote el espectáculo, por encima de sus carencias interpretativas, y el desajuste de sus edades con las de muchos de sus personajes. Un energético trabajo vocal, un cierto dinamismo físico -e incluso coreográfico- son las principales bazas de la representación, que no aburre, ni cansa. Israel Frías interpreta -alternamente con Luis Rallo- (rémoras de escolaridad) el emblemático personaje de Ales, el psicópata-víctima, narrador de la historia. El joven Frías está muy bien apoyado por el resto del elenco.
También es de destacar que un texto como éste, se genere en una escuela de teatro. Debería ser de asistencia obligada para jovenes; resulta un tonificante alimento ideológico, para unas nuevas generaciones, que deberían mamar en esta obra, la exigencia implacable con la justicia, la moral, y la relativización de la verdad, que debe afrontar cualquier creador, o ciudadano, frente a unas sociedades tan complejas y egoístas, como las que vivimos, en la actualidad.
La violencia es el motor de la Historia. Desde que Caín mató a su hermano, los seres humanos han estado luchando entre sí, por intentar ser más poderosos, o por salvaguardar algunos ramalazos esenciales del bien y la bondad. La violencia, como el aire, se ha respirado desatada o soterrada en todos los momentos de la Historia. No es que hoy nos parezca el mundo más violento que nunca, es que, con tanto aparente progreso, la violencia debería ser más inadmisible que entonces; pero, lamentablemente sigue siendo el centro motor de nuestro mundo. Anthony Burgess escribió su obra más popular, "La naranja mecánica", a partir de una terrible experiencia personal con una pandilla urbana de violentos que violó a su esposa en Gibraltar. El terrible impacto de esta experiencia, sirvió al autor, para conjurar su trauma con una novela visionaría y ejemplar. Burgess podía haber intentado defenestrar la violencia convertida en consigna vital de grupos juveniles desorientados y malignos. Pero, tuvo los "arrestos", y la lucidez literaria de preguntarse por los auténticos responsables de esa violencia de pandilleros. Su dictamen fue tan implacable que, desde entonces, la novela ha estado prohibida en Inglaterra.
Que "La naranja mecánica" suba a un escenario, es una noticia que congratula al teatro. Una obra tan comprometida como ésta, con una reflexión social y moral tan implacable sobre el violento "Estado", la violenta "Justicia", los "violentos" Gobiernos, y sus "violentos" Funcionarios e Ideólogos, es puro Teatro Social.
Fuentes -como traductor- se ha encargado de "inventar" un "slang" español, (afortunadamente alejado del "añejo y obvio castizismo de Lavapiés), que si bien, en principio, apenas se entiende, tiene la musicalidad suficiente de terminos y entonaciones, como para que al rato de haber comenzado la representación, el público haya adaptado su oído a esta jerga teatresca, y lo comprenda todo.
El montaje de "La naranja mecánica", que puede verse en el teatro Nuevo Apolo, es un brillante trabajo escolar, sumergido en una bruma nocturna, oscura y canalla, en la que destaca la energía y la convicción global de la representación. Fuentes ha conseguido insuflar a sus jóvenes actores (muy bien apoyados por las artes interpretativas de Pilar Bayona y Miguel Foronda, que colaboran en el montaje), un brío y una energía escénica, que mantiene a flote el espectáculo, por encima de sus carencias interpretativas, y el desajuste de sus edades con las de muchos de sus personajes. Un energético trabajo vocal, un cierto dinamismo físico -e incluso coreográfico- son las principales bazas de la representación, que no aburre, ni cansa. Israel Frías interpreta -alternamente con Luis Rallo- (rémoras de escolaridad) el emblemático personaje de Ales, el psicópata-víctima, narrador de la historia. El joven Frías está muy bien apoyado por el resto del elenco.
También es de destacar que un texto como éste, se genere en una escuela de teatro. Debería ser de asistencia obligada para jovenes; resulta un tonificante alimento ideológico, para unas nuevas generaciones, que deberían mamar en esta obra, la exigencia implacable con la justicia, la moral, y la relativización de la verdad, que debe afrontar cualquier creador, o ciudadano, frente a unas sociedades tan complejas y egoístas, como las que vivimos, en la actualidad.
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