"Los vivos y los muertos". De Ignacio García May. Dirección: Eduardo Vasco. Escenografía: Jose Hernandez. Iluminación: M.A. Camacho. Reparto: Walter Widarte. José Tomé. Gines Gª Millán. Jesus Fuente. Enric Majó. Roberto Mori. Madrid. C.D.N. Teatro Infanta Isabel. 27-4-2000
Ignacio García May se incorporó a la profesión teatral en 1987, cuando recibió el premio Tirso de Molina por su obra teatral "Alesio, una comedia de tiempos pasados". Su primer estreno fue en el teatro María Guerrero, con gran éxito y reconocimiento.
¿Cómo escribe García May doce años después de aquel sonado éxito? Con su nueva obra, el autor madrileño pone en evidencia la gran altura de la escritura teatral española actual. "Los vivos y los muertos", no sólo se atreve a hablar de temas conflictivos de hoy en día, (como las terribles guerras del tercer mundo, y la suculenta tajada que sacan de ese dolor, las instituciones humanitarias, la cadena de intermediarios, los políticos, los comerciantes, los medios de comunicación ...) ; sino, que además lo hace con una calidad de escritura dramática, que emparenta al texto, con la gran tradición teatral europea, desde Cervantes, a Ibsen o Koltés.
Porque Gª May, con una gran intuición del diálogo, y de la situación dramática, sopesa en su escritura, tres elementos fundamentales para el teatro: el valor simbólico -y por tanto social- de sus personajes; su caladura humana, la memoria y el dolor de su experiencia; y para explicar lo inaprensible, usa la poesía: "pone a pintar a Dios, con su caja de acuarelas" sobre la escena.
El director Eduardo Vasco, ha tenido el acierto de dejarse llevar por el texto, como si el perro guiara al amo; aunque, en la puesta en escena se respiran ciertas tensiones y brusquedades. Lo que dicen, hacen y recuerdan los seis personajes, entre las ruinas de un templo vagamente asirio (muy bella la escenografía de José Hernández; quizás un poco claustrofóbica), se hace duro, violento, y revulsivo para el público; se trata de la misma violencia que usaba la tragedia griega para provocar la catarsis; la denuncia de las crueldades sociales, no es eficaz si es suave. La obra es un puñetazo moral, no sólo contra el mundo de los "mass-media", sino contra la hipocresía y la injusticia consentida de los "poderes globales" del mundo actual; ¿quién maneja -hoy- más poder que los grupos de comunicación?
Los actores respiran una bestialidad de "leona herida", casi de teatro de la crueldad. Walter Widarte danza extático la melopea de Griffins. José Tomé llega hasta el límite del nervio, en un personaje arriesgadísimo e inquietante. Gª Millán animaliza la ingenuidad de su brusco personaje. Roberto Mori, consigue el candor gusanesco del novato; y Enric Majó y Jesus Fuente, perfilan bien sus personajes. Interpretan en conjunto, un dodecafónico concierto dramático, infernal, y lleno de esperanzas. Los buenos amantes del teatro, no deberían perderse este genuino e inquietante espectáculo.
Ignacio García May se incorporó a la profesión teatral en 1987, cuando recibió el premio Tirso de Molina por su obra teatral "Alesio, una comedia de tiempos pasados". Su primer estreno fue en el teatro María Guerrero, con gran éxito y reconocimiento.
¿Cómo escribe García May doce años después de aquel sonado éxito? Con su nueva obra, el autor madrileño pone en evidencia la gran altura de la escritura teatral española actual. "Los vivos y los muertos", no sólo se atreve a hablar de temas conflictivos de hoy en día, (como las terribles guerras del tercer mundo, y la suculenta tajada que sacan de ese dolor, las instituciones humanitarias, la cadena de intermediarios, los políticos, los comerciantes, los medios de comunicación ...) ; sino, que además lo hace con una calidad de escritura dramática, que emparenta al texto, con la gran tradición teatral europea, desde Cervantes, a Ibsen o Koltés.
Porque Gª May, con una gran intuición del diálogo, y de la situación dramática, sopesa en su escritura, tres elementos fundamentales para el teatro: el valor simbólico -y por tanto social- de sus personajes; su caladura humana, la memoria y el dolor de su experiencia; y para explicar lo inaprensible, usa la poesía: "pone a pintar a Dios, con su caja de acuarelas" sobre la escena.
El director Eduardo Vasco, ha tenido el acierto de dejarse llevar por el texto, como si el perro guiara al amo; aunque, en la puesta en escena se respiran ciertas tensiones y brusquedades. Lo que dicen, hacen y recuerdan los seis personajes, entre las ruinas de un templo vagamente asirio (muy bella la escenografía de José Hernández; quizás un poco claustrofóbica), se hace duro, violento, y revulsivo para el público; se trata de la misma violencia que usaba la tragedia griega para provocar la catarsis; la denuncia de las crueldades sociales, no es eficaz si es suave. La obra es un puñetazo moral, no sólo contra el mundo de los "mass-media", sino contra la hipocresía y la injusticia consentida de los "poderes globales" del mundo actual; ¿quién maneja -hoy- más poder que los grupos de comunicación?
Los actores respiran una bestialidad de "leona herida", casi de teatro de la crueldad. Walter Widarte danza extático la melopea de Griffins. José Tomé llega hasta el límite del nervio, en un personaje arriesgadísimo e inquietante. Gª Millán animaliza la ingenuidad de su brusco personaje. Roberto Mori, consigue el candor gusanesco del novato; y Enric Majó y Jesus Fuente, perfilan bien sus personajes. Interpretan en conjunto, un dodecafónico concierto dramático, infernal, y lleno de esperanzas. Los buenos amantes del teatro, no deberían perderse este genuino e inquietante espectáculo.
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