"Federica de Bramante (o las florecillas del fango)”. De Tono y Jorge Llopis. Dirección: Pedro G. de las Heras. Reparto: Yolanda Arestegui. Jesús Cisneros. Charo Reina. Fernando Albizu. Pilar Abella. Encarna Gómez. Ana Escribano. Ángel Padilla... Escenografía: José Almeida/Gonzalo Buznego. Madrid. Teatro Real Cinema. 7-6-2002.
La comedia astracanada de Tono y Llopis “Federica de Bramante” es una burla de los dramones folletinescos de las novelas por entregas, cuya lectura tanto divertía a las familias de clase media, antes de que la radio o la televisión se instalara en el corazón de sus hogares. Las desgracias que asolaban a alguna joven bien intencionada y enamoradiza, que tenía la mala fortuna de preñarse tras un desliz con algún caballero galante, excitaban por igual a todos los miembros de la casa. No hay nada que divierta más, que la noticia del dolor y las desgracias ajenas.
La truculencia de tan rocambolescas peripecias se ve multiplicada por la sesgada mirada paródica de los autores. Si a esto sumamos el tiempo que lleva escrita la obra, hay como un triple distanciamiento de la realidad original, para conseguir esta especie de montaña rusa del divertimento, donde todo vale, como en una colección de chistes hilvanados y desmesurados. La escritura de Tono y Llopis no genera acción, sino chispa verbal y brillantes artificios de ingenio. Está escrita tanto para divertir siendo leída, u oída por radio, como representada en un teatro.
Hay que destacar la originalidad de esta brava, entusiasta e impetuosa compañía que se arriesga recuperando una obra tan poco probable en nuestras carteleras actuales como ésta. El equipo artístico demuestra una confianza global y absoluta en su propuesta, ejecutada con pasión contagiosa.
Pedro G. de las Heras eleva con su imaginativa y brillante puesta en escena la broma dramática de Tono y Llopis, demostrando una interesante personalidad escénica -muy española- enriquecida con numerosos guiños a la copla, el cine o la zarzuela. Los dos hallazgos más sobresalientes del espectáculo es la escena de los fósforos, y el personaje de “La voz de la sangre”, interpretada con gracia, fuerza y belleza por la bien plantá Pilar Abella, que demuestra excelentes cualidades para la escena. De las Heras consigue implicar a sus actores tanto con la voz, como con el cuerpo, el gesto, el canto o el silencio; en sus manos, son como frutas exprimidas al máximo.
Charo Reina tiene una imponente presencia escénica, extremadamente eficaz y humorística, agrandada por la contención de sus recursos y gestos. Su personaje se conduce entre el ama de llaves de “Rebeca”, y el aire siniestro de Cándida Losada. Yolanda Arestegui está bellísima en su personaje de Federica, interpretado con una gran energía corporal y vocal. Jesús Cisneros se muestra simpático, suelto y galán en su personaje de seductor de alta sociedad. Fernando Albizu tiene una prosodia sugestiva y un humor sostenido muy tonificante. El joven Angel Padilla demuestra talento en su personaje de Lillo, el mayordomo.
Lo cierto es que el humor de Tono y Llopis sigue arrancando carcajadas del público, aunque sólo sea por sus atrevidos disparates y ripiosas ocurrencias. El texto viene servido por una representación llena de sorprendente y obsequiosa. La noche del estreno, el público ovacionó a los intérpretes y a su director repetidamente.
La comedia astracanada de Tono y Llopis “Federica de Bramante” es una burla de los dramones folletinescos de las novelas por entregas, cuya lectura tanto divertía a las familias de clase media, antes de que la radio o la televisión se instalara en el corazón de sus hogares. Las desgracias que asolaban a alguna joven bien intencionada y enamoradiza, que tenía la mala fortuna de preñarse tras un desliz con algún caballero galante, excitaban por igual a todos los miembros de la casa. No hay nada que divierta más, que la noticia del dolor y las desgracias ajenas.
La truculencia de tan rocambolescas peripecias se ve multiplicada por la sesgada mirada paródica de los autores. Si a esto sumamos el tiempo que lleva escrita la obra, hay como un triple distanciamiento de la realidad original, para conseguir esta especie de montaña rusa del divertimento, donde todo vale, como en una colección de chistes hilvanados y desmesurados. La escritura de Tono y Llopis no genera acción, sino chispa verbal y brillantes artificios de ingenio. Está escrita tanto para divertir siendo leída, u oída por radio, como representada en un teatro.
Hay que destacar la originalidad de esta brava, entusiasta e impetuosa compañía que se arriesga recuperando una obra tan poco probable en nuestras carteleras actuales como ésta. El equipo artístico demuestra una confianza global y absoluta en su propuesta, ejecutada con pasión contagiosa.
Pedro G. de las Heras eleva con su imaginativa y brillante puesta en escena la broma dramática de Tono y Llopis, demostrando una interesante personalidad escénica -muy española- enriquecida con numerosos guiños a la copla, el cine o la zarzuela. Los dos hallazgos más sobresalientes del espectáculo es la escena de los fósforos, y el personaje de “La voz de la sangre”, interpretada con gracia, fuerza y belleza por la bien plantá Pilar Abella, que demuestra excelentes cualidades para la escena. De las Heras consigue implicar a sus actores tanto con la voz, como con el cuerpo, el gesto, el canto o el silencio; en sus manos, son como frutas exprimidas al máximo.
Charo Reina tiene una imponente presencia escénica, extremadamente eficaz y humorística, agrandada por la contención de sus recursos y gestos. Su personaje se conduce entre el ama de llaves de “Rebeca”, y el aire siniestro de Cándida Losada. Yolanda Arestegui está bellísima en su personaje de Federica, interpretado con una gran energía corporal y vocal. Jesús Cisneros se muestra simpático, suelto y galán en su personaje de seductor de alta sociedad. Fernando Albizu tiene una prosodia sugestiva y un humor sostenido muy tonificante. El joven Angel Padilla demuestra talento en su personaje de Lillo, el mayordomo.
Lo cierto es que el humor de Tono y Llopis sigue arrancando carcajadas del público, aunque sólo sea por sus atrevidos disparates y ripiosas ocurrencias. El texto viene servido por una representación llena de sorprendente y obsequiosa. La noche del estreno, el público ovacionó a los intérpretes y a su director repetidamente.
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