"Haemorroísa". De Angélica Liddell. Dirección: Óscar García Villegas. Reparto: Mateo Feijóo. Jesús Barranco. Vestuario y caracterización: Gabriela Hilario. Madrid. Sala Triángulo. 30-10-2001.
Angélica Liddel continúa sorprendiendo al público teatral con cada nueva entrega de su peculiar y poderoso universo dramático. Esta mujer de teatro integral es la más VALIOSA dramaturga del verdadero teatro de vanguardia madrileño. Si sus temas y sus puestas en escena son una provocación al espectador, pronto se descubre que Angélica trabaja con las poderosas pinzas de cirujano de la palabra, aplicando su alta intuición poética y dramática a la operación. Sólo tiene en contra su talento. Es una peligrosa mercancía, difícil de aceptar en los salones cortesanos donde se dirime cual es el teatro de la Villa que hay que apoyar.
La vanguardia no ha tenido ocasión de calar muy hondo en los escenarios españoles. Fácilmente se confunde cualquier bobada escénica, (tan estéril como escandalosa,) con una nueva forma de hacer teatro, que nadie parece necesitar. Los espectáculos más interesantes, (que buscan nuevas vías de exprimir las posibilidades expresivas de un escenario teatral,) se confunden fácilmente con los disparates escénicos que tiene que sufrir el público.
El teatro de Angélica Liddell es absolutamente personal. El sexo, el humor, la denuncia de la hipocresía social, el desgarro con que son tratados el ser humano y sus circunstancias, la emparentan con cierto cabaret expresionista alemán, de profunda raíz ibérica. (No hay que olvidar que los tedescos son grandes admiradores y redescubridores del más mágico Calderón, y del Goya más negro.)
Si los textos de la autora madrileña parecen ofender a la parte más respetable y conservadora del público, es sólo apariencia, nunca llegan a zaherir su sensibilidad ni su inteligencia, porque están preñados de instinto poético, lo que deviene una garantía para la dramaticidad. Todo lo que se dice en escena es valioso, hermoso y necesario.
En este sentido hay que destacar la perfecta simbiosis que se produce entre la autora y el director Oscar García Villegas, que entiende como suyo el discurso radical de la autora. Villegas es músico, además de director de escena. El texto es para él una partitura articulada con perfecta dicción, y complementada por todo un alfabeto plástico de gran riqueza teatral. "Haemorroísa" versa sobre la defecación, sobre la íntima libertad del hombre aferrado a sus instintos placenteros. Aunque la taza blanca de una letrina reluce en el interior de una moldura gigante de cuadro, sobre el escenario, eso no signifique que nos encontremos exclusivamente ante un rosario de excrementos, sino también de sexo, de cariño, de obsesiones, de la familia, de las relaciones entre madre e hijos, de sus amantes, de su disparatada orgía sexual y onírica.
Hay que destacar la rica plasticidad de esta sugestiva puesta en escena, interpretada con precisión y distanciamiento por Mateo Fernández y Jesús Barranco. El resultado es un intenso y breve sueño escénico, delirante, lleno de vida, humor, arrogancia y poesía. Grandes ingredientes para un valioso experimento escénico, del que el público no debería privarse.
Angélica Liddel continúa sorprendiendo al público teatral con cada nueva entrega de su peculiar y poderoso universo dramático. Esta mujer de teatro integral es la más VALIOSA dramaturga del verdadero teatro de vanguardia madrileño. Si sus temas y sus puestas en escena son una provocación al espectador, pronto se descubre que Angélica trabaja con las poderosas pinzas de cirujano de la palabra, aplicando su alta intuición poética y dramática a la operación. Sólo tiene en contra su talento. Es una peligrosa mercancía, difícil de aceptar en los salones cortesanos donde se dirime cual es el teatro de la Villa que hay que apoyar.
La vanguardia no ha tenido ocasión de calar muy hondo en los escenarios españoles. Fácilmente se confunde cualquier bobada escénica, (tan estéril como escandalosa,) con una nueva forma de hacer teatro, que nadie parece necesitar. Los espectáculos más interesantes, (que buscan nuevas vías de exprimir las posibilidades expresivas de un escenario teatral,) se confunden fácilmente con los disparates escénicos que tiene que sufrir el público.
El teatro de Angélica Liddell es absolutamente personal. El sexo, el humor, la denuncia de la hipocresía social, el desgarro con que son tratados el ser humano y sus circunstancias, la emparentan con cierto cabaret expresionista alemán, de profunda raíz ibérica. (No hay que olvidar que los tedescos son grandes admiradores y redescubridores del más mágico Calderón, y del Goya más negro.)
Si los textos de la autora madrileña parecen ofender a la parte más respetable y conservadora del público, es sólo apariencia, nunca llegan a zaherir su sensibilidad ni su inteligencia, porque están preñados de instinto poético, lo que deviene una garantía para la dramaticidad. Todo lo que se dice en escena es valioso, hermoso y necesario.
En este sentido hay que destacar la perfecta simbiosis que se produce entre la autora y el director Oscar García Villegas, que entiende como suyo el discurso radical de la autora. Villegas es músico, además de director de escena. El texto es para él una partitura articulada con perfecta dicción, y complementada por todo un alfabeto plástico de gran riqueza teatral. "Haemorroísa" versa sobre la defecación, sobre la íntima libertad del hombre aferrado a sus instintos placenteros. Aunque la taza blanca de una letrina reluce en el interior de una moldura gigante de cuadro, sobre el escenario, eso no signifique que nos encontremos exclusivamente ante un rosario de excrementos, sino también de sexo, de cariño, de obsesiones, de la familia, de las relaciones entre madre e hijos, de sus amantes, de su disparatada orgía sexual y onírica.
Hay que destacar la rica plasticidad de esta sugestiva puesta en escena, interpretada con precisión y distanciamiento por Mateo Fernández y Jesús Barranco. El resultado es un intenso y breve sueño escénico, delirante, lleno de vida, humor, arrogancia y poesía. Grandes ingredientes para un valioso experimento escénico, del que el público no debería privarse.
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