"Mala leche". De y dirigido por Rafael Ponce. Dramaturgia: R.P. y Margarita Sánchez. Reparto: Gerardo Esteve. Malena Gutiérrez. R. Ponce. Coreografía: Eduardo Ruiz. Madrid. Sala Cuarta Pared. 8-1-2002,
Con un oportuno arranque de función en torno a la confusión que generan dos frases parecidas: “El teatro ha muerto”, y “el teatro ha vuelto”, la compañía valenciana Esteve y Ponce, pone el dedo en la llaga de su ideología: todo por y para el teatro. Estos personales cómicos mediterráneos derraman una vitalista socarronería sobre la escena más vanguardista.
En las obras de Esteve y Ponce se agradece su humor y la plasticidad impecable de sus propuestas; pero más aún, se disfruta con la ironía lúdica y corrosiva que vierten sobre las tablas. No ignoran la asepsia del teatro-danza, ni las leyes rigurosas del minimalismo, tampoco las normas repetitivas de la modernidad, ni las músicas agresivas o alternativas de nuestro momento; pero, saludablemente, en las propuestas teatrales de Esteve y Ponce sigue reivindicándose el olor a sobaquillo y a imperfecta humanidad. Lo suyo no es sátira, es una suerte de tierna autocompasión irónica, que los emparenta con los payasos.
No hay un tema que conduzca esta nueva entrega de Esteve y Ponce, su lenguaje es el del cabaret y el de la parodia maliciosa del presente. Las escenas se enlazan y fluyen vinculadas por la música, la luz, los colores de la escenografía, o los movimientos coreográficos. El lenguaje del escenario arrastra tanto palabras como objetos, colores y movimientos. En cierto sentido, nos encontramos ante un teatro gestual, donde la palabra no está del todo proscrita.
Hay tradición del humorismo español del absurdo en la nueva obra de Esteve y Ponce, y se agradece la coherencia y el rigor de su trayectoria, en las procelosas aguas del maratón obsesivo del triunfo imperante.
Los tres intérpretes tienen soltura y carácter escénico. Su profunda humanidad les hace conectar con el público de una manera fresca y directa, como sucede en el cabaret o el circo. La noche del estreno, con el teatro a rebosar, los intérpretes fueron ovacionados por el público.
Con un oportuno arranque de función en torno a la confusión que generan dos frases parecidas: “El teatro ha muerto”, y “el teatro ha vuelto”, la compañía valenciana Esteve y Ponce, pone el dedo en la llaga de su ideología: todo por y para el teatro. Estos personales cómicos mediterráneos derraman una vitalista socarronería sobre la escena más vanguardista.
En las obras de Esteve y Ponce se agradece su humor y la plasticidad impecable de sus propuestas; pero más aún, se disfruta con la ironía lúdica y corrosiva que vierten sobre las tablas. No ignoran la asepsia del teatro-danza, ni las leyes rigurosas del minimalismo, tampoco las normas repetitivas de la modernidad, ni las músicas agresivas o alternativas de nuestro momento; pero, saludablemente, en las propuestas teatrales de Esteve y Ponce sigue reivindicándose el olor a sobaquillo y a imperfecta humanidad. Lo suyo no es sátira, es una suerte de tierna autocompasión irónica, que los emparenta con los payasos.
No hay un tema que conduzca esta nueva entrega de Esteve y Ponce, su lenguaje es el del cabaret y el de la parodia maliciosa del presente. Las escenas se enlazan y fluyen vinculadas por la música, la luz, los colores de la escenografía, o los movimientos coreográficos. El lenguaje del escenario arrastra tanto palabras como objetos, colores y movimientos. En cierto sentido, nos encontramos ante un teatro gestual, donde la palabra no está del todo proscrita.
Hay tradición del humorismo español del absurdo en la nueva obra de Esteve y Ponce, y se agradece la coherencia y el rigor de su trayectoria, en las procelosas aguas del maratón obsesivo del triunfo imperante.
Los tres intérpretes tienen soltura y carácter escénico. Su profunda humanidad les hace conectar con el público de una manera fresca y directa, como sucede en el cabaret o el circo. La noche del estreno, con el teatro a rebosar, los intérpretes fueron ovacionados por el público.
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