"Curumi". Compañía: Image Aiguë. Concepto y Dirección: Christiane Véricel. Reparto: Rohi Ayadi. Franck Kayap. Bertille Sienni. Larissa Sienni. Yann Verhaeghe. Niños de los Balcanes, Francia, Mali ... Música: Louis Scalvis. Escenografía: C. Véricel/Silvio Crescoli. Madrid. Festival de Otoño. Teatro Valle Inclán de la RESAD. 1-11-2001.
En las guerras los niños dejan unos cadáveres más fotogénicos que los adultos. No hay más que abrir la prensa o encender el televisor. Los niños jamás deciden la guerra, pero no por ello dejan de ser sus víctimas más vulnerables. La infancia es un estado de gracia por debajo de los bombardeos. Las risas de los niños llegan más hondo que los cañonazos. Donde hay niños existe el futuro. ¿Cómo iba a privarse de su intenso don de juego, el teatro? En lengua francesa e inglesa, representar se dice jugar.
"Curumi" es un poema escénico que combate el muro de la guerra con cargas de alegría. Su alta teatralidad reside en la poesía y en el juego como pilares sobre los que se levanta este original y valioso espectáculo.
Christiane Véricel lleva doce años jugando con su compañía "Image Aiguë" a romper las fronteras de la intolerancia y el terror con teatro puro. La incorporación de los niños a escena nace de unos talleres infantiles de integración, donde niños de diferentes lenguas y nacionalidades, se entregan al juego de la comprensión de los conflictos que marcan sus tiernas vidas. El lenguaje sígnico, poético y musical del teatro se convierte en una nave de esperanza y armonía para devolver la dignidad perdida a la convivencia.
Detrás de esta experiencia teatral se presiente el legado de Jacques Lecoq, (el mimo que eligió ser maestro de juegos); o de Peter Brook, (el director que más ha viajado reuniendo argumentos para devolver al teatro su carácter sagrado). En "Curumi", el gesto, el movimiento, el cuerpo, el objeto, el ser orgánico, el baile, la canción, son sagrados.
Once niños de diferentes nacionalidades (desde los Balcanes, al Magreb, Francia, Mali, o Israel,) se integran con cinco actores adultos, para realizar un concierto de patatas, gallinas, neumáticos, risas, vertederos, cestas de comida, sueños y palabras escritas con tiza sobre el muro-pizarra. Las acciones constantes que realizan los niños dan una naturalidad fresca, verdadera y expresiva al montaje. El tema y el argumento de la obra podrían resumirse en una sola consigna: "La vida continúa en medio de la guerra, mucho más aún, si hay niños por medio".
La categoría plástica de la puesta en escena, la sugestiva atmósfera musical, su perfecta iluminación, dejan claro la calidad profesional de la compañía. Sería un error pensar que más que de un espectáculo, se trata de un experimento filantrópico. En la línea de trabajo de Christiane Véricel late la filosofía del teatro más rabiosamente contemporáneo: el único que puede durar, por ser necesario para la vida espiritual del público.
En las guerras los niños dejan unos cadáveres más fotogénicos que los adultos. No hay más que abrir la prensa o encender el televisor. Los niños jamás deciden la guerra, pero no por ello dejan de ser sus víctimas más vulnerables. La infancia es un estado de gracia por debajo de los bombardeos. Las risas de los niños llegan más hondo que los cañonazos. Donde hay niños existe el futuro. ¿Cómo iba a privarse de su intenso don de juego, el teatro? En lengua francesa e inglesa, representar se dice jugar.
"Curumi" es un poema escénico que combate el muro de la guerra con cargas de alegría. Su alta teatralidad reside en la poesía y en el juego como pilares sobre los que se levanta este original y valioso espectáculo.
Christiane Véricel lleva doce años jugando con su compañía "Image Aiguë" a romper las fronteras de la intolerancia y el terror con teatro puro. La incorporación de los niños a escena nace de unos talleres infantiles de integración, donde niños de diferentes lenguas y nacionalidades, se entregan al juego de la comprensión de los conflictos que marcan sus tiernas vidas. El lenguaje sígnico, poético y musical del teatro se convierte en una nave de esperanza y armonía para devolver la dignidad perdida a la convivencia.
Detrás de esta experiencia teatral se presiente el legado de Jacques Lecoq, (el mimo que eligió ser maestro de juegos); o de Peter Brook, (el director que más ha viajado reuniendo argumentos para devolver al teatro su carácter sagrado). En "Curumi", el gesto, el movimiento, el cuerpo, el objeto, el ser orgánico, el baile, la canción, son sagrados.
Once niños de diferentes nacionalidades (desde los Balcanes, al Magreb, Francia, Mali, o Israel,) se integran con cinco actores adultos, para realizar un concierto de patatas, gallinas, neumáticos, risas, vertederos, cestas de comida, sueños y palabras escritas con tiza sobre el muro-pizarra. Las acciones constantes que realizan los niños dan una naturalidad fresca, verdadera y expresiva al montaje. El tema y el argumento de la obra podrían resumirse en una sola consigna: "La vida continúa en medio de la guerra, mucho más aún, si hay niños por medio".
La categoría plástica de la puesta en escena, la sugestiva atmósfera musical, su perfecta iluminación, dejan claro la calidad profesional de la compañía. Sería un error pensar que más que de un espectáculo, se trata de un experimento filantrópico. En la línea de trabajo de Christiane Véricel late la filosofía del teatro más rabiosamente contemporáneo: el único que puede durar, por ser necesario para la vida espiritual del público.
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