"Giorni felici (Días felices)". De Samuel Beckett. Piccolo Teatro di Milano. Teatro d'Europa. Dirección Giorgio Strehler. Intérpretes: Giulia Lazzarini. Elio Veller. Dirección asumida: Carlo Battistoni. Escenario: Ezio FrigerioTeatro de la Abadía. Fecha de estreno: 24-XI-99
Beckett amaba obsesivamente la precisión de la palabra, de la frase, la perseguía con devoción de relojero que apura el mecanismo para comprender y mostrar el curso del tiempo humano. Beckett sufría sus mayores torturas cuando tenía que hacer de traductor de su propia obra del inglés al francés. Quedaba siempre insatisfecho, la perfección del reflejo de su obra en otra lengua, le atormentaba. "Su paciencia era la de un desesperado"; (Arrabal, dixit).
Beckett vivió en París las miserias de la II guerra mundial, en su buhardilla sin calefacción montó una tienda de campaña para guarecerse del frío; durante cinco años, fue un personaje beckettiano, antes de que éstos nacieran de su afilada imaginación y de su deslumbrante clarividencia. Conoció el dolor y la miseria en sus entrañas, como para ser honesto pernnemente con su obra.
Los personajes de "Días felices" son una pareja madura, un viejo matrimonio, que viven estancados en la arena del desierto. En el primer acto se ve asomar medio cuerpo de Winnie (la vetusta dama, a la vieja usanza,) sobre la arena blanca del desierto. El escenario de Ezio Frigerio para este montaje del gran "piccolo teatro di Milano" es como un talismán al borde de un océano helado. Si el texto de Becektt es lúcido, misterioso y poético, el
espacio en el que se ha ubicado la representación no le va a la zaga. Strehler supo darle a su montaje, tanto el tono de ilusa desesperanza como de rabiosa belleza plástica. La sutil y vibrante dirección del desaparecido maestro (muy bien reasumida por Carlo Battistoni), tiene un instrumento prodigioso en el que poder afinar todos los matices de la obra. La extraordinaria actriz Giulia Lazzarini imparte ella sola todo un concierto interpretativo para torso, brazos y cabeza, con la partitura perfecta de Beckett. Winnie va siendo devorada por su gran miriñaque de sal, encañonada por una pistola negra , clavada en la arena.
El autor del silencio, escribió en "Días felices" una proclama sobre la incomunicación, la desesperanza, y la disolución final; y no un alegato contra la pareja y el matrimonio como podría parecer a simple vista. Beckett es cualquier cosa menos simple. La profunda destilación de su pensamiento y palabras, no permiten interpretar sus obras con simbologías esquemáticas. El texto dice cosas maravillosas, con ese registro de poesía ajada, que destila su elaborado lenguaje; pero, a la vez no dice nada, es un rumor que viene de lejos, como un concierto sordo de hojas. Hablar es lo único que le queda al personaje que se hunde en la tierra (¿sin que nadie la oiga?). Desde ese estado de paradoja, y no de absurdo gratuito, hay que ver/leer el dictamen, la sugerencia, o el reflejo que Beckett da a su visión de lo que puede suceder, si no se atienden, y escuchan las reglas de la moral, la honestidad y sobre todo la bondad de los humanos.
Beckett amaba obsesivamente la precisión de la palabra, de la frase, la perseguía con devoción de relojero que apura el mecanismo para comprender y mostrar el curso del tiempo humano. Beckett sufría sus mayores torturas cuando tenía que hacer de traductor de su propia obra del inglés al francés. Quedaba siempre insatisfecho, la perfección del reflejo de su obra en otra lengua, le atormentaba. "Su paciencia era la de un desesperado"; (Arrabal, dixit).
Beckett vivió en París las miserias de la II guerra mundial, en su buhardilla sin calefacción montó una tienda de campaña para guarecerse del frío; durante cinco años, fue un personaje beckettiano, antes de que éstos nacieran de su afilada imaginación y de su deslumbrante clarividencia. Conoció el dolor y la miseria en sus entrañas, como para ser honesto pernnemente con su obra.
Los personajes de "Días felices" son una pareja madura, un viejo matrimonio, que viven estancados en la arena del desierto. En el primer acto se ve asomar medio cuerpo de Winnie (la vetusta dama, a la vieja usanza,) sobre la arena blanca del desierto. El escenario de Ezio Frigerio para este montaje del gran "piccolo teatro di Milano" es como un talismán al borde de un océano helado. Si el texto de Becektt es lúcido, misterioso y poético, el
espacio en el que se ha ubicado la representación no le va a la zaga. Strehler supo darle a su montaje, tanto el tono de ilusa desesperanza como de rabiosa belleza plástica. La sutil y vibrante dirección del desaparecido maestro (muy bien reasumida por Carlo Battistoni), tiene un instrumento prodigioso en el que poder afinar todos los matices de la obra. La extraordinaria actriz Giulia Lazzarini imparte ella sola todo un concierto interpretativo para torso, brazos y cabeza, con la partitura perfecta de Beckett. Winnie va siendo devorada por su gran miriñaque de sal, encañonada por una pistola negra , clavada en la arena.
El autor del silencio, escribió en "Días felices" una proclama sobre la incomunicación, la desesperanza, y la disolución final; y no un alegato contra la pareja y el matrimonio como podría parecer a simple vista. Beckett es cualquier cosa menos simple. La profunda destilación de su pensamiento y palabras, no permiten interpretar sus obras con simbologías esquemáticas. El texto dice cosas maravillosas, con ese registro de poesía ajada, que destila su elaborado lenguaje; pero, a la vez no dice nada, es un rumor que viene de lejos, como un concierto sordo de hojas. Hablar es lo único que le queda al personaje que se hunde en la tierra (¿sin que nadie la oiga?). Desde ese estado de paradoja, y no de absurdo gratuito, hay que ver/leer el dictamen, la sugerencia, o el reflejo que Beckett da a su visión de lo que puede suceder, si no se atienden, y escuchan las reglas de la moral, la honestidad y sobre todo la bondad de los humanos.
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